Imágen 3 de Proyecto extraída del sitio web Sociópolis |
Vicente González Móstoles
Levante-EMV, 30 de julio de 2010
La concesión al profesor Thomas F. Glick del doctorado honoris causa por la Universitat de València es motivo de satisfacción para quienes tenemos la huerta de València como uno de los paisajes más bellos. Lo que para nosotros es un paisaje único a la vez que un parque urbano de excepcional magnitud, es para el profesor Glick un sistema productivo, el medio económico de la comunidad que lo puebla, lo que le permite afirmar que la desaparición del regadío tradicional y del cultivo de los campos sería la señal inequívoca de su desaparición. No ignora Glick los otros valores apuntados cuando dice que la desaparición de la huerta valenciana ha provocado un «deprimente panorama, funesto en cuanto a la degradación y la despersonalización del paisaje valenciano» a la vez que alerta de que puede «haberse sembrado la semilla de la catástrofe ambiental». ¿Cómo no estar de acuerdo? Viene al caso recordar que nuevas amenazas se ciernen sobre nuestro querido paisaje, esta vez de la mano del urbanismo que lidera la alcaldesa Barberá. La transformación de 900 hectáreas para suelos de todo uso —carreteras y sectores urbanizables— previstos por el nuevo plan general puede considerarse una catástrofe por sus efectos sobre la fragmentación y consiguiente pérdida de paisajes, la destrucción de ingenios hidráulicos centenarios, el deterioro ambiental y un largo conjunto de efectos igualmente siniestros. Uno de ellos ha cobrado actualidad en las mismas fechas en que se otorgaba la distinción al profesor Glick. Se trata de la transformación —es decir la desaparición— de 500 hectáreas de huerta bajo el subterfugio de la nueva figura de huerta compatible con dotaciones públicas o privadas a la que se denomina H2. Y esto a cuento de la localización de un hospital de alta calidad cuya instalación se da por hecha a la espera de un suelo apto. Desde una óptica de progreso se debe apoyar la instalación en la ciudad de dotaciones privadas especialmente de economía avanzada y más si son del prestigio de un hospital internacional, especializado y de referencia, pero también hay que evitar a toda costa el detrimento de la huerta. La instalación de un hospital es radicalmente incompatible con la huerta, entendida como sistema productivo, como paisaje y como parque urbano: es una macroestructura arquitectónica que debe ser dotada de todo género de infraestructuras, servicios e instalaciones que no son compatibles con el cultivo hortícola de su entorno. Si alguien tiene dudas, que visite las obras de Sociópolis, que se pregonaba como ciudad en la huerta y hoy no es más que una urbanización pura y dura en la que los jardines tendrán cierto aire agrícola pero jamás serán de nuevo un sistema productivo, jamás volverán a ser huerta. Lo siento, señor Glick. Habremos perdido 500 hectáreas más de huerta, pero esta vez con trampa, la H2. Claro está que existían y siguen existiendo ubicaciones alternativas para este género de dotaciones en muchos puntos de nuestra metrópoli —de nuestra ciudad y su área circundante— , en suelos de secano de valor agrícola muy inferior y sin la configuración histórica de nuestra huerta, sin su milenario Tribunal de las Aguas, muy accesibles y que contribuirían a eliminar la presión sobre la vega, porque, quede claro, solo la corona metropolitana salvará la huerta de la ciudad.
Pero Barberá no cuenta con la metrópoli que es València y cuando se habla de los procesos de gestión compartida de servicios, de planificación territorial supramunicipal, hace la consabida mueca. La consideración metropolitana es tan inevitable como la protección de la huerta porque están necesariamente asociadas, lo entienda o no Barberá.
Imágen 4 de Proyecto extraída del sitio web Sociópolis |
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