Ricardo González Villaescusa
Paisaje y arqueología en la Sierra de la Menarella, D. Vizcaíno (coord.) y R. González Villaescusa (editor científico), Generalitat Valenciana, ed. Renomar y EIN Mediterráneo, 2007.
Parafraseando el título de la trilogía cinematográfica En busca del arca perdida, ya camino de constituir una tetralogía, pretendemos dar cuenta de la distancia que aleja la mitología ya asentada de Indiana Jones en el imaginario colectivo de la práctica cotidiana arqueológica y del público en general. Es un lugar común bien asentado decir que la arqueología es una ciencia joven, aunque sea más que centenaria, cuando la mayor parte de las ciencias lo son en su configuración actual. Es cierto, sin embargo, que de treinta años acá la práctica de la arqueología tiene poco que ver con la arqueología que practicaron y nos enseñaron los maestros de las actuales generaciones de arqueólogos y, sin embargo, esa profunda transformación no se ha visto traducida en los planes de estudio. Ni siquiera la veremos relatada en una imaginaria nueva entrega en la que Harrison Ford, en el papel de un emérito profesor Henry Walden Jones, Jr., alias Indiana Jones, se encuentre formando una nueva generación de arqueólogos liberales al servicio de empresas privadas que le soliciten encontrar el Arca de la Alianza en un tiempo record sin que la nueva infraestructura o el PAI se resientan en los plazos de ejecución. Si Spielberg nos dejara hacer el guión a los arqueólogos no sería un film de aventuras sino una película sobre la aventura de ser arqueólogo.
Qué “bonita” es la arqueología nos dicen todos hasta que se encuentran restos arqueológicos en su “patio trasero”. Nadie se zafa de la imagen del técnico que en cuclillas sobre un hueso y pincel en mano puede pasarse horas para saber que allí hubo alguien que murió y que fue enterrado por, al menos, otro alguien. “Curiosa ciencia que descubre lo obvio”, podría extrañar a más de un profano cínico. Ahora bien, cuando se le dijera que ese muerto y los ajuares que le acompañan es de hace unos 2700 años. Que por la interpretación de éstos y de la sepultura que lo ha albergado, hasta su “inoportuna” exhumación, se puede afirmar que aquel señor era el dirigente de una elite que empezaba a acumular riqueza como consecuencia de los primeros contactos con los comerciantes fenicios de la costa, entonces el cinismo se convertirá en irónico interrogante: “¿Y todo eso de unas piedras y unos huesos?”. Estamos condenados a la incomprensión y ello es, en parte, culpa de los mismos arqueólogos. Recientemente, Juan Luis Arsuaga recordaba que “la divulgación científica debe ser realizada por científicos, el origen de las especies puede leerlo cualquiera y El Azar y la necesidad del premio Nóbel Monod es un best seller”. Las leyes que rigen el universo suelen ir en contra de la lógica humana y ese es el principal problema para la divulgación. O, acaso resulta evidente que los continentes, la tierra firme que pisamos, se desplaza, o de que nos movemos a través del espacio en un planeta esférico a pesar de que todas las evidencias en contra de que disponemos gracias al sentido común. Los arqueólogos debemos esforzarnos en comunicar nuestros descubrimientos sin que nuestro discurso se resienta y parezca una jerga oscura y críptica solo inteligible para los iniciados. Precisamente Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermudez de Castro son el mejor ejemplo de lo contrario en nuestro país, en lo que ellos han bautizado “socialización del conocimiento” de un periodo historico que probablemente es infinitamente más árido e incomprensible para el ciudadano medio que cualquier otro momento histórico de la Humanidad. ¿Por qué otros periodos más atractivos a priori no pueden gozar de la misma popularidad?
Hoy en día la arqueología se encuentra en crisis como consecuencia del crecimiento exponencial de su práctica. La necesidad social de conservar el patrimonio, la aplicación a la arqueología del principio ecológico de “quien contamina paga” ha multiplicado por cien las observaciones arqueológicas por doquier como consecuencia de las importantes transformaciones y presiones a que se ve sometido el territorio. Al mismo tiempo se han multiplicado las especialidades y disciplinas de observación de la realidad antigua (ciencias del paleoambiente, polen, carbones, arqueozoología, antropología física, arqueología del paisaje…) dando lugar a nuevas secuencias históricas que los textos no aportarán jamás. Así, la arqueología se ha convertido en una disciplina fuertemente ligada a la ordenación del territorio al tener un amplio repertorio de disciplinas que aportan conocimiento útil sobre la manera en que las sociedades del pasado han actuado sobre el mismo. Desde ese punto de vista, los arqueólogos no son solamente los científicos capacitados para levantar la “hipoteca arqueológica” que pesa sobre el espacio objeto de una nueva ordenación, sino la profesión que mejor conoce lo que deviene el territorio analizado y devuelto a los promotores y a la sociedad, una vez terminadas las tareas de excavación.
Afortunadamente, los parques eólicos de Refoies y Todolella, la Zona II del Plan Eólico Valenciano, han concentrado una alta densidad de hallazgos arqueológicos que ha provocado una multitud de nuevas observaciones en un área poco conocida para la arqueología. Si la ordenación del territorio por las administraciones debe tener como objetivo atenuar los desequilibrios regionales económicos y humanos, compensando y equilibrando intereses en conflicto, en este punto ha intervenido con carácter innovador la arqueología desde la empresa privada intentando buscar el equilibrio al que alude el título de esta introducción, entre la sociedad, los poderes públicos y la empresa. La comarca de Els Ports, los municipios “afectados” o “afortunados” han visto incrementar el conocimiento útil sobre su pasado y, por consiguiente, su patrimonio en términos que nos atrevemos a definir como revolucionarios. Nunca tanta información disponible para el público surgió y se publicó en tan breve lapso de tiempo. Nunca tantos restos del pasado fueron “patrimonializados”. Los habitantes de Els Ports hoy disponen de más patrimonio y mejor conocido y es un hecho incontestable que son más “ricos” en términos patrimoniales. La propia definición de patrimonio tiene un profundo enraizamiento en el propio capitalismo: “el valor de las cosas que se transmiten”. Pero en esta misma línea de pensamiento, no podemos tener una concepción estática de la “riqueza”, del patrimonio en suma, que no se redistribuya en forma de gasto o rendimiento social. Esa es la razón de ser de este volumen.
Creemos en una “patrimonialización”, convirtiendo el sustantivo en un verbo transitivo, tal y como la define A. Micaud, es decir, aquella “actividad social consistente en crear cualquier cosa que toma nombre y valor de patrimonio”, que permite una perpetuación de una entidad social en el tiempo, no solo identificando esos rasgos identitarios respecto de los contemporáneos de esa misma sociedad, sino poder definir en qué medida somos los mismos que “ayer” y en qué aspectos hemos cambiado. Vivimos una época en que, en la misma onda que las teorías económicas del capitalismo tardío, hemos convertido el patrimonio en un recurso. Vivimos un tiempo en que hay que decidir “lo que se guarda” y “lo que se tira” o “lo que se reinterpreta”, lo que nos une entre los que formamos parte de la misma sociedad y entre sociedades que se suceden en el tiempo, entre las generaciones del pasado y las del futuro. Y todo ello puede ser sujeto de la creación de riqueza para regiones alejadas de los polos de desarrollo económico tal y como han sido concebidos hasta ahora. Pero, al igual que el patrimonio de la empresa capitalista, el patrimonio no es un “activo” sin la intervención decidida de hacerlo por parte de la sociedad y de los representantes de los ciudadanos. Cientos de yacimientos arqueológicos no son fuente de riqueza si no existe un plan director que valorice los hallazgos, que explique su significado con un lenguaje sencillo, que haga que merezca la pena que una región alejada de los circuitos turísticos al uso sea un destino apetecible para el consumidor de turismo cultural.
Desde Ein Mediterráneo S.L. se ha pretendido innovar con la aportación de la arqueología a la construcción de los parques eólicos integrándola en la dirección ambiental de la obra. Junto a la dirección de la obra civil, la dirección ambiental es prioritaria porque viabiliza la obra, diseñando y proponiendo alternativas, superando los aspectos técnicos desde la oficina técnica y buscando criterios que armonizaran los intereses en conflicto. Los yacimientos excavados ahora, ya, son patrimonio, pero deben ser patrimonializados.
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La publicación que tiene el lector entre sus manos también es fruto de tensiones y de intereses encontrados que han llegado, creemos, a buen término. Es infrecuente conseguir una pronta publicación de excavaciones que, en el momento que vea la luz este texto, es posible que se hallen en proceso de ampliación. Los arqueólogos tenemos poca querencia por escribir. Es inherente a la profesión, somos personas de acción y de aire libre pero escribimos poco en la soledad del autor frente a la pantalla del ordenador. Conseguirlo ha sido el resultado de un difícil equilibrio, uno más, entre tres partes implicadas: los arqueólogos directores de las excavaciones y productores del conocimiento útil junto a los especialistas de las ciencias auxiliares, el coordinador de esta publicación representando los legitimos intereses de la empresa a valorizar y divulgar los trabajos arqueológicos, preceptivos según la Ley de Patrimonio, y, finalmente, el editor científico, cuya función ha sido la de intentar conseguir una publicación homogénea, en el fondo y en la forma, y de un nivel científico aceptable. Solo el lector será capaz de juzgar si hemos alcanzado ese equilibrio.
En cuanto a los resultados de la propia publicación queremos resaltar algunos aspectos. En primer lugar, recordar que se trata del primero de una serie de volúmenes que recogen resultados preliminares. En nuestro ánimo está que el conocimiento generado sea acumulativo y que el último de los volúmenes sea el colofón de los trabajos iniciados y publicados en éste y sucesivas publicaciones. La lógica de la delimitación en zonas del Plán Eólico Valenciano no es la misma que la de una problemática científica preestablecida, ni siquiera la lógica de la administración competente en materia de patrimonio a la hora de decidir qué yacimientos han de ser excavados o cuáles han de ser sondeados o conservados. En ese caso preside un principio de inventario, de patrimonialización en definitiva. Por ello, nuestra voluntad es la de acumular conocimientos de manera que el último de los volúmenes que aparezca intente aportar una síntesis de los trabajos realizados en la zona. También pretendemos estimular a las administraciones y a las universidades en la realización de un programa que englobara las zonas del Plan Eólico Valenciano en una problemática científica que tuviera en cuenta las zonas no contempladas por los parques eólicos y los yacimientos que quedan fuera del mismo sin atender a lógicas propias de la obra civil (los parques) o de las administraciones competentes (políticas de patrimonialización, delimitación entre Aragón y la Comunidad Valenciana...) planteando interrogantes e intentando responder respuestas a las preguntas que surgen de la praxis científica.
Aparte del valor acumulativo de los nuevos datos que aporta este volumen hay una serie de conocimientos nuevos, inherentes a la zona, sobre los que queremos llamar la atención del lector. La montaña de Els Ports es una región frecuentada por las últimas culturas del Paleolítico si bien la mayor densidad de poblamiento se alcanza a finales de la Edad del Bronce con una serie de pequeños poblados no del todo sedentarios, donde domina una economía pecuaria. Parece que la evolución social de estos grupos tendía hacia una división funcional del trabajo y a una progresiva jerarquización del hábitat en la primera Edad del Hierro. Proceso interno que recibirá el catalizador de las primeros contactos fenicios o griegos coincidiendo con la fundación de los emporios o colonias fenicias de la, entonces, alejada costa. Ese contacto desencadenará un proceso social que provocará la aparición de los primeros estados estamentales. Esa es una de las primeras problemáticas en las que debemos ahondar en futuros trabajos: discernir si se trata de un proceso de cambio social endógeno acelerado por el arribo de comerciantes del otro extremo del Mediterráneo, más en línea con los trabajos de F. Burillo o los investigadores del Bajo Aragón, o si realmente el factor externo de carácter colonial es determinante en el proceso de transformación social. En la misma dinámica, con los datos obtenidos hasta ahora, parece confirmarse que las importaciones fenicias que se encuentran en la sierra de la Menarella no son el reflejo de una red comercial controlada por fenicios, sino de un comercio controlado por intermediarios indígenas como ocurre en las zonas vecinas más intensamente investigadas por otros equipos.
Otro de los temas que merecen elaborar estrategias que interroguen al registro arqueológico con el fin de obtener respuestas es el de la evolución social entre las sociedades tribales y las sociedades estamentales, entre los grupos locales más o menos autónomos y el control del espacio de forma centralizada por parte de los primeros oppida. En pocas palabras, precisar la cronología y los procesos sociales de aparición de los primeros estados y de las primeras ciudades en la zona que nos ocupa.
En otro orden de cosas, es una región típicamente pecuaria y zona de paso de la trashumancia medieval y moderna entre el Bajo Aragón y la costa mediterránea y, sin embargo, la temática pastoral no ha hecho más que aflorar en este primer volumen. En este sentido también debemos precisar las preguntas que debemos y podemos formular al registro arqueológico para discernir si la relación espacial entre asentamientos y vías pecuarias que se aprecia en la figura final del volumen, la 358, es fruto de una prospección sesgada no sistemática o si la dispersión de los asentamientos jalonando los “pasos naturales”, que constituye la red de veredas ganaderas podría hacer remontar los orígenes de la trashumancia al Bronce Final o el Hierro Antiguo. Pero antes debemos poder definir el registro arqueológico de los asentamientos puramente pastorales, tanto en prospecciones superficiales como en excavación, lo cual es harto difícil.
Es evidente que se trata de un medio que favorece principalmente el pastoreo pero solo algunos indicios indirectos como es la fuerte influencia de los rasgos culturales del Bajo Aragón, permiten suponer que la zona pudo ser un paso de ganados entre el Bajo Aragón y la costa. Sin embargo, salvo el caso de la trashumancia italiana de época imperial descrita por Varrón, en la Antigüedad solo se documentan movimientos de trashumancia vertical a corta distancia, la “normal” o de “veranada”. Y, como podrá leerse más adelante, la región es apreciada por sus pastos de verano.
En futuros trabajos deberemos encontrar respuestas para discernir si en la antigüedad los pastos de Els Ports son punto de destino o lugar de paso. Si se trata de un punto de destino es preciso distinguir si lo es desde la costa (trashumancia normal, vertical o de veranada) o, si lo es desde el interior, desde las tierras del Bajo Aragón, (trashumancia inversa o invernal), bien sea atravesando la sierra de la Menarella o bien quedándose en ella para agostar.
En esta misma línea de trabajo surge un nuevo interrogante que tiene como base la organización política del espacio atravesado por la trashumancia, sea del tipo que sea. E. Gabba afirmaba en 1979 que la trashumancia, por su carácter itinerante surgía de una concepción prepolítica del espacio, previa a la aparición de la polis, fruto de sociedades no estatales. Chandezon, creyendo inconcebible la trashumancia en el marco de la polis, se extraña de que los mercados y la artesanía textil reflejan una clara atonía, en el momento en que precisamente se dan las circunstancias propicias, al incorporar Grecia al Imperio Romano como un mercado uniforme y con una autoridad fuerte que permitiera el paso de los ganados a través de los territorios de diferentes ciudades.
Esta contradicción no resuelta nos reenvía a la diferente ocupación del espacio de la sierra de la Menarella en el periodo romano. Con los exiguos datos de que disponemos, las bases de la explotación ganadera tradicional serían subvertidas en beneficio de las explotaciones agrícolas de tipo villa de altura. No obstante, subversión no debe confundirse con desaparición. Es importante no olvidar la pervivencia de “franjas de las sociedades indígenas” que subsisten al fuerte barniz de la romanización. Queda por definir qué función cumpliría en el nuevo contexto la única ciudad romana en muchos kilómetros a la redonda, Lesera, que, aun siendo de reducidas dimensiones, alcanza el rango de municipio. No parece, pues, que la economía ganadera regional haya tenido un peso de importancia en el contexto del Imperio, lo que es coherente con el silencio de las fuentes escritas al respecto.
Precisamente el gran vacío urbano destacado por F. Arasa entre el Ebro y Saguntum y que el autor, basándose en P. Jacob, lo define como un proceso de urbanización truncado con el abandono de los antiguos oppida ibéricos y el desarrollo de un poblamiento rural que caracterizará el período romano e incluso en época medieval donde Burriana, una pequeña ciudad, es la única excepción. Podemos preguntarnos si el fenómeno observado por E. Gabba o F. Rechin en Italia o en Aquitania es aplicable a esta zona, pues según ambos autores las regiones eminentemente ganaderas irían a la par de un “subdesarrollo” urbano.
Los trabajos que presentamos se inscriben, pues, modestamente, en dos tipos de problemáticas generales. De un lado, en la conservación del patrimonio donde arqueólogos e historiadores, pero también promotores, políticos y ciudadanos, implicados en decisiones que conciernen el pasado, el presente y el futuro de las sociedades. Por otro lado, nos hemos adentrado en la historia de nuestra sociedad, apostando, sin asumir grandes riesgos, que las particularidades de la sociedad local son un reflejo de la sociedad global.
Gérard Chouquer
CNRS - UMR 7041 Archéologies et Sciences de l'Antiquité
CNRS - UMR 7041 Archéologies et Sciences de l'Antiquité
Traducción de la reseña de Gérard Chouquer con ocasión de la declaración del Libro del mes (diciembre) en el portal Archeogeographie
¡La montaña media está de enhorabuena! Recientemente dimos cuenta de trabajos sobre Cerdeña (el libro del mes de octubre de 2009) y los Alpes (el libro del mes de mayo de 2009). Nos encontramos frente a un gran y precioso libro sobre la Sierra de la Menarella, que se encuentra en el País Valenciano, a unos 80 km al norte de Castellón. Esta montaña fue el lugar elegido para la instalación de un parque eólico y el volumen reúne la suma de estudios previos llevados a cabo para salvaguardar el patrimonio. Los trabajos permitieron descubrir la riqueza insospechada de este espacio geográfico original.
Tras un capítulo de geografía física que presenta el medio calcáreo -un paraíso para el estudio de las formas resultantes de la erosión de las cadenas plegadas y de relieves tabulares- y que ofrece las bases de una división en microsectores, el libro reúne una sucesión de capítulos locales, basados sistemáticamente en el mismo plan, y que estudia los distintos aspectos de los yacimientos arqueológicos descubiertos. Los más antiguos datan del epipaleolítico y mesolítico, y los más recientes de la Antigüedad tardía y de la alta Edad Media. Pero son los hábitats de altura de la Edad del Hierro los que más llaman la atención, ya que indican la importancia de la ocupación del suelo en esta época, en la línea dorsal y las plataformas de las cumbres que separan la provincia de Valencia de la de Teruel.
Más de una quincena de autores contribuyeron a la realización de estos estudios arqueológicos y geomorfológicos.
El capítulo final, debido a Joan García Biosca y a Ricardo González Villaescusa, intenta dar las “claves” de este paisaje de montaña. Para ello los autores movilizan documentos y métodos para integrar el asentamiento de estas montañas medias ("colinas altas" dicen los autores p. 346), principalmente desde la Edad del Bronce hasta nuestros días. ¿Cómo se llegó al paisaje pastoral actual? ¿Qué etapas ha atravesado este paisaje? ¿Cuáles fueron las adaptaciones vinculadas a las fuentes y recursos hídricos, a las comunicaciones, a los itinerarios de la transhumancia? ¿Qué determinismos físicos debidos al relieve se produjeron? Ello es el pretexto y ocasión para que los autores propongan un arqueología del paisaje global y extensiva (basándose a la vez en el site catchment analysis y en la arqueología del paisaje), en busca del sistema de asentamiento que explique la naturaleza y la distribución de los yacimientos observados.
Un paisaje de caseríos -llamados masías del lado aragonés y masos del valenciano- y de terrazas construidas, que en su gran mayoría datan probablemente de la baja Edad Media, sucede al paisaje de la protohistoria. Es sin duda el período en que las pendientes y los fondos de valles se cubren con terrazas adaptadas a las formas dictadas por la pendiente y el relieve, y cruzadas por los cañadas de la transhumancia. Los autores asignan un papel decisivo al criterio de la visibilidad y analizan en este sentido los puntos más altos de la sierra de la Menarella : superficie de visibilidad, relación con los caminos de transhumancia, con los descansaderos del ganado...
La explicación histórica tradicional de estos paisajes de trashumancia de la montaña del levante español es que se originarían con las trashumancia de origen medieval islámico. Los autores discuten esta posibilidad en la zona de estudio, mostrando que sería interesante prolongar la investigación para saber si el desarrollo de las formas del pastoralismo puede ponerse en relación con la comercialización y los cambios que los textos prueban, con la naturaleza y la dinámica del hábitat de la Sierra de la Menarella.
Las etapas siguientes son la transformación en un paisaje de pastos (la dehesa); la posterior crisis de este modelo; y, finalmente, la transformación en un paisaje de agricultura de secano en el que las estructuras previas adquieren su aspecto arqueológico actual.
Un precioso libro de arqueología, suntuosamente publicado e ilustrado.
Université de Reims Champagne Ardenne
Traducción de la reseña de A. Marre, aparecida en Physio-Géo, vol. 3, 2009, en línea desde el 22 junio de 2009. Consultado el 22 de mayo de 2010.
"En busca del equilibrio justo". Es así como, parafraseando el título de una famosa película, R. GONZALEZ VILLAESCUSA introduce esta obra.
En efecto, este estudio pudo llevarse a cabo gracias a la instalación de un gran parque eólico en la región de Valencia (España). El interés energético actual permitió desarrollar una acción de investigación y conservación patrimonial. Es también probablemente gracias a un mecenazgo de empresa que los autores pueden ofrecernos una muy bonita publicación. La presentación es excelente; las fotografías espléndidas (lo que no impide apreciar algunos fallos: la misma fotografía se da con dos leyendas diferentes en las figuras 35 y 41), los planos y esquemas son muy buenos; el trabajo de dibujo es excelente.
El primer capítulo es un estudio de geografía física. Un primer capítulo de análisis clásico y sólido del medio físico, que pone de relieve los procesos geomorfológicos que tienen consecuencias sobre la arqueología y la evolución de los paisajes de la Sierra de la Menarella. Este análisis permite así realizar una sectorización que servirá de base al estudio arqueológico. Perfectamente ilustrado por estratigrafías y planos geomorfológicos sencillos y unas muy excelentes fotografías. Una sucesión de capítulos sigue esta primera etapa. Construídos sistemáticamente sobre una misma estructura, presentan los trabajos arqueológicos realizados sobre cada uno de los sectores: el contexto geomorfológico, los yacimientos, el mobiliario arqueológico documentado y una breve interpretación.
Al final de la obra, un gran capítulo de síntesis da las claves para la comprensión de un paisaje de media montaña mediterránea. Al utilizar las observaciones de terreno, los archivos históricos, los resultados de las investigaciones arqueológicas y la fotointerpretación asistida por un SIG, se muestra cómo la ocupación de estas montañas se realizó desde el final de la edad del Bronce hasta nuestros días. La distribución espacial de las tierras (de labor, pastos y bosques) se analiza teniendo en cuenta la organización del relieve (pasos de montaña), distintos medios (vertientes, fondos de valles) y recursos hidráulicos con su ritmo estacional. Se analizan algunos ejemplos precisos, ilustrados por bloques diagramas y planos. Demuestran, por una parte, la organización espacial y la evolución de la ocupación de estas montañas y, por otra parte, la importancia de los itinerarios trashumantes que adquieren, con los puertos de pasos para el ganado, un papel estructurante y casi estratégico.
Este estudio es el fruto del trabajo de catorce autores y de un gran número de investigadores de terreno. Tiene un carácter pluridisciplinar con la reunión de geomorfólogos y arqueólogos. Benefició probablemente a de una financiación correcta. Lo que permitió realizar un buen estudio de una montaña mediterránea que muestra un ejemplo de diagnóstico de la evolución de un medio más o menos fragilizado. Proporciona los elementos fundamentales del funcionamiento de este tipo de montaña media que permite así proyectar una buena conservación, haciendo al mismo tiempo una explotación moderna por medio del parque eólico.
Damos entrada a dos autores bien conocidos del público arqueológico y de los paisajes. Gérard Chouquer y Alain Marre, que han realizado sendas reseñas sobre un libro del que uno de nosotros es autor.
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