Sinopsis
La obra tiene como base el inventario prolijo de cuantas evidencias sobre el mundo funerario se han encontrado en el País Valenciano. La objetividad de las diferentes noticias no es fruto de la simple confrontación de una documentación dispar, en ocasiones antigua, otras más reciente, realizada con informes de excavaciones, con objetos conservados en los museos o conocidos solamente por publicaciones; sino que estas unidades heterogéneas son cuidadosamente reexaminadas a la luz de una reflexión personal, sin perjuicio, cuando ello es posible, de investigaciones complementarias que acaban conformando mucho más que un simple catálogo. A partir del análisis cronológico y tipológico el autor extrae una serie de conclusiones que pone en relación con cuanto sabemos sobre estas prácticas en otras zonas del Imperio romano. Como fundamento teórico del estudio, el autor presenta una exhaustiva discusión de las principales tesis defendidas desde la antropología, la historia y la filosofía, sobre la actitud ante la muerte y ante los ritos funerarios. En este apartado incluye, al mismo tiempo, el análisis de las fuentes literarias antiguas sobre el particular, poniéndolo en relación con la evidencia arqueológica que presenta. Elaborando un marco teórico de aproximación a la arqueología funeraria romana para extraer conclusiones sobre la sociedad que generó los restos arqueológicos.
Reseña inédita de Jean-Pierre Vallat, 2001
En historia romana está bastante generalizada la tendencia de inmovilizar el estudio de las sociedades, de las economías, de las culturas o de las periodizaciones cronológicas. Ahora bien, el interés reside frecuentemente en la comprensión de las evoluciones, de los dinamismos, de las variaciones en el tiempo y el espacio, en los diferentes ritmos de desarrollo de procesos relativos a cada elemento de una formación económica y social determinada. Sin embargo, resulta dificil reexaminar un sistema como el lmperio romano, el mediterráneo antiguo, la península Ibérica, la provincia tarraconense, a escalas diversas, en un instante dado, que no sea, de hecho ese "Aquiles inmóvil a grandes pasos", "esta flecha que vuela y que no vuela" de los que nos habla el poeta a propósito de Zenón de Elea. Ello supone tener en cuenta todas las situaciones complejas heredadas, anteriores, y considerar los procesos en curso del presente como gérmenes que nacerán con el tiempo.
Esto resulta difícil de llevar a cabo porque los reproches son fáciles de realizar: el estudio regional (provincia tarraconense, País Valenciano), el análisis temático (la muerte, los ritos funerarios), la elección temporal (del final de la Republica al período islámico), deconstruyen y borran las realidades superestructurales (las de Roma, del lmperio o las de su dominación). La transición entre la República y el lmperio es borrada, la de Roma y el lslam apenas perceptible o en todo caso disminuida. El estudio de los ritos funerarios no puede comprenderse si no es en el seno de una formación socioeconómica a la escala-mundo del lmperio romano, de los califatos, de las relaciones dominante/sometido, colonizado/colonizador. El Pais Valenciano no tiene etnicidad, autonomía, no es sintomático, pues, de lo que es una provincia en el lmperio, podrían decir los detractores de una aproximación como la que nos ocupa.
Ahora bien, la originalidad del trabajo de Ricardo González Villaescusa y el interés de su estudio regional, temático y cronológico no reside en la acumulación "de un ejemplo más" que, bien invalidaría el modelo dominante o bien iría en el sentido de ese sistema-mundo que es el lmperio romano. No se trata de decir que las provincias, las regiones, los habitantes del lmperio son todos tan diversos que ya no hay imperialismo ni dominación romana. No se trata, por otra parte, de afirmar que pese a las diferencias se encuentra en ésta o aquellas regiones la homogeneidad, la cohesión del conjunto, dominando la romanidad, la civitas y la urbanitas.
Esta dicotomía es estéril. Mejor aún, para Ricardo González se trata de mostrar la diversidad construida a la vez por Roma y sus relevos conquistadores, y no las regiones y provincias. El autor renuncia a ver en la romanización un barniz temporal que, una vez cuarteado, permitiría resurgir los particularismos indígenas. Expresa y demuestra que los ritos, las actitudes, los comportamientos, los simbolismos son el fruto de múltiples estratos de aculturación, de relaciones entre dominantes y sometidos, de estrategias procedentes de individuos o de grupos, incluso de formaciones sociales más amplias. Así, el "renacimiento" de los particularismos indígenas del final del lmperio romano no tiene ya nada que ver con aquello que constituía la especificidad de las culturas indígenas prerromanas; es una nueva lberia, un país visigótico, que ya no es ni ibérico, ni ibero-romano, ni bizantino, ni suevo, ni la provincia Bética ni la Tarraconense. Es original, nuevo, fruto de la síntesis de las aportaciones de épocas pasadas, ibéricas, el aporte romano, las tradiciones bárbaras y las influencias bizantinas. Los ritos pueden ser, por otra parte, los mismos que antaño y haber cambiado de contenido simbólico.
Es pues más interesante el dinamismo y el proceso que el estado de desarrollo o el modo de producción. Es con la mejor comprensión de los dos primeros como podemos definir más precisamente los segundos. Es la fusión más o menos rápida, más o menos extensa, más o menos intensa, la que permite una participación más o menos activa, más o menos reactiva, consensual u oposicional al sistema global. En este aspecto el trabajo se integra a la vez en las corrientes de pensamiento anglosajón y francés, de la New Archaeology a Annales. El autor apela tanto a J.J. Hatt, a M. Vovelle, como a F. Hinard. Llama con inteligencia a las puertas de la antropología, a las de la etnología, la sociología, la arqueología y la historia. Maneja la larga duración como el tiempo corto, la estructura y la coyuntura, continuidad y ruptura. El estudio de los signos, de los símbolos, de los modos de reconocimiento de los ritos funerarios, de los cultos, de las creencias, muestra que se trata de tres niveles a veces semejantes, otras diferentes de la expresión de la sociedad de los vivos. Pues, si las prácticas rituales son la expresión de Ia personalidad social del difunto, si la diferenciación de los espacios en los cementerios ilustra las jerarquías preservadas, es precisamente porque el lenguaje funerario es ante todo un signo, un significante para los vivos. El cuerpo es tratado, manipulado, ubicado, en la verticalidad de la tumba, desde la estela que señaliza la tumba hasta la fosa donde reposa el cuerpo. Pero la horizontalidad también se encuentra organizada, y el difunto se encuentra en relación con la tierra, directamente o con la mediación de un sudario, de algunas piedras o tejas, o de un sarcófago, rodeado o no de objetos. Éstos son analizados según su función (vasos para beber o comer según una presencia significativa que ya evocó J. Scheid), su uso (propio del rito funerario o habiendo servido a los vivos), o según la preocupación por la simplicidad u ostentación (poco frecuente en el País Valenciano). La transición lenta hacia la inhumación, a lo largo del siglo II d.C., es analizada en todas sus dimensiones, sin simplismos, desde la cantidad de madera necesaria (de pino sobre todo), hasta las filosofías de la inmortalidad y los substratos culturales umbros de Valencia. El papel de las mujeres generadoras de vida y portadoras de muerte, detentadoras de los gestos de resistencia o de los comportamientos de permeabilidad a los cambios, también es analizado con suma delicadeza por el autor. Los grupos de edades y las diferenciaciones sexuales y sociales en la muerte se confirman, como la temprana edad media de muerte, entre los 25 y los 30 años. Las interacciones entre individuos, grupos y sociedades, la búsqueda de aquello que constituye la identidad y de aquello que proporciona los medios de identificación social son intensamente percibidos y puestos de relieve en este estudio.
El mundo romano aparece como compuesto más que heterogéneo. Las imágenes, los gestos y los discursos en torno a la muerte son estudiados como productos solidarios de una sociedad donde un lenguaje social se inscribe en la cultura material. No estamos demasiado lejos de las teorías de K. Hopkins y de B. d'Agostino. Estas posiciones son enérgicamente afirmadas y no dejarán de suscitar cuestiones o estimular nuevas investigaciones. Podemos mostrarnos más dubitativos en cuanto a las grandes periodizaciones que compartimentan la conclusión, entre los siglos II y I a.C., siglos I y II d.C., III-V y, finalmente, VI-VII. En efecto, el autor abandona sus fuentes para generalizar algo rápido a nuestro gusto. Pero no es el objetivo último de toda "tesis" que merezca este nombre, el abrir las perspectivas de futuros debates?
Original en francés
LE MONDE FUNERAIRE DU PAYS DE VALENCE A L'EPOQUE ROMAINEOriginal en francés
La tendance est assez généralisée, notamment en Histoire romaine, de figer l'étude des sociétés, des économies, des cultures, des périodisations chronologiques. Or, l'intérêt réside souvent dans la compréhension des évolutions, des dynamismes, des variations dans le temps et l'espace, des rythmes differents de développement de processus concernant chaque élément d'une lormation économique et sociale donnée. Il est cependant bien difficile de réexaminer un système comme l'Empire romain, la méditenanée antique, la péninsule ibérique, la province de Tarraconnaise, à des échelles diverses, en un instant donné qui ne soit, en fait, que cet "Achille immobile à grand pas", "cette flèche qui vole et qui ne vole pas" dont parle le poète à propos de Zénon d'Elée. Cela suppose que I'on tienne compte de toutes les situations complexes héritées, antérieures, et que l'on considère les processus en cours dans le présent comme porteuses des germes à venir.
Ceci est bien difficile parce que les reproches sont faciles à percevoir: l'étude régionale (province de Tarraconnaise, pays de valence), l'analyse thématique (la mort, les rites funéraires), le choix temporel (de la fin de la République à la période islamique) déconstruisent et gomment les réalités superstructurelles (celles de Rome, de l'Empire, de sa domination). La transition entre République et Empire est effacée, celle entre Rome et I'Islam à peine perceptible, en tout cas minorée. L'étude des rites funéraires ne peut se comprendre que dans une formation socio économique à l'échelle-monde de l'Empire romain, des califats, du rapport dominant /dominé, colonisé/colonisateur. Le pays de Valence n'a pas d'ethnicité, d'autonomie ne peut donc être symptomatique de ce qu'est une province dans l'Empire. Voici ce que peuvent dire les détracteurs d'une telle approche.
Or, l'originalité du travail de Ricardo González Villaescusa et l'intérêt de son étude régionale, thématique et chronologique ne réside pas dans I'accumulation "d'un exemple de plus " qui soit infirmerait le modèle dominant, soit irait dans le sens de ce système-monde qu'est l'Empire romain. Il ne s'agit pas de dire que les provinces, les régions, les habitants de l;Empire sont tous tellement divers qu'il n'y a plus d'impérialisme, plus de domination romaine. Il ne s'agit pas non plus d'affirmer que malgré les différences, c'est I'homogénéité, la cohésion de I'ensemble que l'on retrouve dans telle ou telle région, que ce qui domine c'est la romanité ,la civitas et l'urbanitas.
Cette dichotomie est stérile. Il s'agit d'avantage pour R. González Villaescusa de montrer la diversité construite à la fois par Rome et par ses relais conquérants , et pas les régions et provinces. L'auteur renonce à voir dans la romanisation un vernis temporaire qui, en craquant, laisserait resurgir les particularismes indigènes. Il exprime et démontre que les rites, les attitudes, les comportements, les symboliques sont le fruit des strates multiples d'acculturation, de rapports entre dominants et dominés, de stratégies émanant d'individus ou de groupes, voire de formations sociales plus larges. Ainsi, en "resurgissant" à la fin de I'Empire romain, les particularismes indigènes n'ont ils plus rien à voir avec ce qui faisait la spécificité des cultures indigènes préromaines. C'est une nouvelle ibérie, un pays wisigothique, qui n'est plus ni celtibère, ni romano ibérique, ni byzantin ni suève, ni la province de Bétique, ni celle de Tarraconnaise. Il est original, nouveau, mêlant les apports des époques passées, le fond ibère et I'apport romain, les traditions barbares et les influences byzantinès. Les rites peuvent être d'ailleurs les mêmes qu'autrefois et avoir changé de sens symbolique.
C'est donc tout autant le dynamisme et le processus qui sont intéressants que le stade de développement ou le mode de production. C'est parce que l'on comprend mieux les deux premiers que l'on cerne plus précisément les deux seconds. C'est la fusion plus ou moins rapide, plus ou moins étendue, plus ou moins intense qui permet une participation plus ou moins active, plus ou moins réactive, consensuelle ou oppositionnelle au système global.
C'est en cela que ce travail se rattache à la fois aux modes de pensée anglosaxon et français, à la New Archaeology et à l'Ecole des Annales. Il en appelle autant à F. Cumont qu'à J.-J. Hatt, à M. Vovelle qu'à F. Hinard. Il puise avec intelligence et avec clarté dans l'anthropologie, I'ethnologie, la sociologie, l'archéologie et l'histoire. Il manie temps long et temps court, structure et conjoncture, continuité et rupture. L'étude des signes, des symboles, des modes de reconnaissance dans les rites funéraires, les cultes, les croyances montre qu'il s'agit de trois niveaux parfois semblables, parfois différents d'expression de la société des vivanls. Car, si les pratiques rituelles sont l'expression de la personnalité sociale du mort, si la différenciation des espaces dans les cimetières illustre les hiérarchies préservées, c'est bien parce que le langage funéraire est d'abord un signe et un signifiant pour les vivants. Le corps est traité, manipulé, positionné, dans la verticalité de la tombe, depuis la stèle qui signale le tombeau, jusqu'à la fosse où repose le corps. Mais l'horizontalité est elle même organisée, et le défunt est en relation avec la terre, directement où par la médiation du linceul, de quelques pierres ou tuiles, ou d'un sarcophage, entouré ou non d'objets. Ces derniers sont d'ailleurs analysés dans leurs fonctions (vases à boire ou à manger selon une présence significative que J. Scheid a déjà évoquée), leur usage (propre au rite funéraire ou ayant pu servir aux vivants) dans leur souci de simplicité ou d'ostentation (rare ici en pays de Valence). La transition lente vers l'inhumation, au cours du IIe siècle ap. J.-C. est analysée dans toutes ses dimensions, sans simplisme, depuis la quantité de bois (le pin surtout) nécéssaire, jusqu'aux philosophies de I'immortalité et aux substrats culturels ombriens du pays de Valence. Le rôle des femmes, donatrices de vie et porteuses de mort, détentrices et gestionnaires des gestes de résistances ou des comportements de perméabilités aux changements, est analysé avec finesse par l'auteur. Les groupes d'âges et les differenciations sexuelles et sociales dans la mort sont confirmés, ainsi que cet âge (fort jeune) au décès, entre 25 et 30 ans, sauf, curieusement, mais on le pressentait déjà par d'autres travaux, pour les militaires qui plus sportifs, à l'hygiène de vie meilleure, meurent plutôt vers 47 ans ! Les interactions entre individus, groupes et sociétés , les recherches de ce qui constitue I'identité et de ce qui donne les moyens de l'identificaion sont fortement perçus.
Le monde romain apparaît comme multiple plus qu'hétérogène. Les images, les gestes et les discours autour de la mort sont étudiés comme les produits solidaires d'une société où un langage social inscrit dans la culture matérielle. On n'est pas loin des théories de K. Hopkins et de B. d'Agostino. Ces positions sont fortement affirmées et ne manqueront pas de soulever des questions, voir de relancer des recherches. On peut rester dubitatif sur les grandes périodisations qui scandent la conclusion, entre IIè s. et Ier s. av. J.-C. , puis Ier et IIe s. ap., enfîn IIIe, Ve s. et VI-VIIIe s. En effet, l'auteur quitte alors ses sources pour généraliser un peu vite, à notre goût. Mais n'est-ce pas le but ultime de toute "thèse" qui mérite ce nom que d'ouvrir les perspectives de futurs débats?
Paris Janvier 2001
Reseña de Alain Ferdière, aparecida en la Revue archéologique du Centre de la France, Année 2001, Volume 40, Numéro 1, p. 300 - 302. Accesible desde Persée.
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