jueves, 31 de mayo de 2012

LA FÁBRICA URBANA

Acaba de aparecer la traducción del libro de Henri Galinié,  Ville, Espace urbain et archéologie en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valencia.

De la introducción a la edición española de Ricardo González Villaescusa

“El libro plantea un marco conceptual y un utillaje teórico para formular los interrogantes adecuados que permitan comprender por qué una ciudad es como es en su estado final, en su resultado observable… A partir del producto final de la ciudad, del espacio, como la percibimos hoy, y de la privilegiada visión del proceso que nos ofrece la arqueología, podemos entender cómo fue la acción social que otorgó una determinada identidad y configuración, el «texto» primigenio que le otorga carta de nacimiento a ese espacio.

Weber, Bourdieu, Elias o el geógrafo Di Méo ayudan al autor a construir una lectura de las sociedades en el espacio. Si las sociedades son las que cambian y, como consecuencia, los espacios que construyen,  si es indiferente observar el cambio en la ciudad porque ésta no es sujeto de su evolución, se hace evidente que debe proponerse un marco alternativo en el que interpretar la sociedad que se oculta detrás de la ciudad material. Si no es la ciudad la que actúa y tampoco es una indefinida sociedad el sujeto de las transformaciones urbanas, debemos esforzarnos, entonces, en comprender las relaciones entre los residentes en la ciudad que, con sus acciones, de manera colectiva o individual, conducen al resultado final, a la fábrica urbana, a su funcionamiento.
M.-C. Bourven. Archéologies. Grabado, 18x16 cm
La fábrica urbana nos muestra los procesos por los que, partiendo de un determinado estado se pasa al siguiente y así sucesivamente hasta alcanzar el producto final, impensado e inconsciente, en continua transformación, comprometiendo y condicionando las evoluciones posteriores. Mientras que el funcionamiento de la ciudad nos conduce a comprender las acciones sociales que condujeron del motivo inicial al desarrollo, comprender fábrica y funcionamiento significa un paso obligado por la arqueología y por el espacio como fruto de las acciones sociales.”


El autor

Henri Galinié es director de investigaciones honorífico del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Formado en Inglaterra, a finales de los años 60 inició una fructífera relación con Bernard Chevalier, un profesor de la Universidad de Tours,  abierto a “otras fuentes distintas de los textos”. En el seno del Laboratoire d'Archéologie urbaine de Tours trabajaron conjuntamente por conseguir que se realizaran excavaciones previas a los trabajos de construcción que se llevaban a cabo en la ciudad. Henri Galinié fue el impulsor del primer coloquio de arqueología urbana en Francia, celebrado en Tours en 1980, que contribuiría a la creación más tarde, en 1984, del Centre National d’Archéologie Urbaine (CNAU) del que fue su primer director. Más tarde crearía la UMR del CNRS y de la Universidad François Rabelais de Tours, el laboratorio “Archéologie et Territoires” (LAT) y el grado de Sciences et Techniques d’archéologie préventive de la Universidad de Tours (1989-1999). Tras su jubilación, alterna su intensa labor investigadora, de la que es buena prueba la obra Tours antique et médiéval. Lieux de vie, temps de la ville. 40 ans d’archéologie urbaine (2007), con la de organizador de degustaciones de vinos en el marco de Slow Food Tours-Val de Loire.

miércoles, 30 de mayo de 2012

LA EXHIBICIÓN DE SERES HUMANOS EN LOS MUSEOS


En Sucre dos tejedoras tejen en el patio de un museo, como testimonio cultural. A partir de allí esta nota recorre una polémica aún no agotada. 

Marcelo Pissarro, Ñ revista de Cultura, 29 de mayo de 2012 

El letrero advierte que está prohibido tomarles fotografías. Objetos, salas, personas, nada puede ser fotografiado. La muchacha está sentada en el patio del museo, en Sucre, Estado Plurinacional de Bolivia. Dormita con la cabeza apoyada sobre su telar. Metonímicamente, la muchacha representa una “cultura superviviente”, una “tradición” más “genuina” y más “pura” que fue “rescatada” de los embates de la “civilización”, de “la modernidad”, de “Occidente”, por etnógrafos, organismos estatales y promotores turísticos. Esta cultura superviviente difiere de la cultura de aquellos que han sentado allí a la muchacha: la cultura de los antropólogos que dirigen el museo, la cultura de los visitantes que abonan su ticket de ingreso para observar esas culturas supervivientes.

En las salas los artefactos se amontonan en vitrinas y en estantes; en el sótano se exhiben momias y otros cadáveres que prueban que la continuidad cultural, restringida por la concordancia espacial, garantiza que el pasado y el presente converjan en un punto donde las distancias se asumen como evidencia de autenticidad.

Junto a la muchacha que dormita, en el patio, con la cabeza apoyada sobre su telar, está sentada otra muchacha frente al suyo propio. Según los desvíos metonímicos y las clausuras semióticas, la segunda muchacha representa a una cultura que difiere de la cultura de los patrocinadores y de los visitantes, pero que es también diferente de la cultura de la primera muchacha. Las han colocado allí como pruebas empíricas de la conservación de los saberes y prácticas del pasado andino. Cada mañana llegan desde sus comunidades y tejen a la vista de quienes ya han husmeado los textiles y los cadáveres en exhibición. La principal atracción del museo es una baratija de mercado llamada “cultura”.

Apenas pasa del mediodía, nadie más está en el patio. La segunda muchacha teje. Hay algo nervioso en sus movimientos, ese frío que uno siente cuando está atareado y sabe que alguien más mira por sobre su hombro. Está siendo escrutada, escudriñada no como individuo, no como sujeto con una existencia particular, sino como componente de una colectividad, de una abstracción identitaria, de un “ellos” difuso y circunscripto. Pasan los minutos, empieza a relajarse, se acostumbra, se aburre, se cansa. Deja sus utensilios a un lado y se apoya sobre el telar.

Reconozco la posición de su cuerpo. Apenas brota la tarde, ese momento en que los mercados bolivianos disminuyen la intensidad de sus intercambios de bienes y símbolos, en que los puesteros abrazan sus productos como si de un colchón se tratase, cierran los ojos y dormitan. La muchacha trazó ese movimiento: se apoyó sobre su telar, como si lo abrazara, y cerró los ojos. Ahora descansa. Estamos solos, los tres, en el patio.

Las observo a poca distancia, sentado en un banco, justo a espaldas de la muchacha que acaba de dormirse. Vuelvo a notar los insistentes letreros que plagan el museo: “Prohibido tomar fotografías”. Pero el cuadro es demasiado bueno. Saco mi cámara y les tomo una fotografía. Luego otra. Y otra más. Podría preguntarme por la ética, pero no me parece interesante; prefiero preguntarme a qué llamado histórico obedece la necesidad de fotografiarlas.

Entonces la segunda muchacha, la que acaba de recostarse sobre el telar, la que está justo frente a mí, levanta la cabeza y se voltea. Bajo la cámara fotográfica. La mirada de la muchacha sigue dos inclinaciones, como si fuesen dos actos armoniosos y ensayados. Primero me observa, con fijeza, sin ningún dejo de emoción ni de interés; luego desvía la mirada levemente por sobre mi hombro, como si observara a alguien más. No volteo, allí no hay nadie, ¿o lo hay? Por fin, vuelve a su telar y me da la espalda. Le tomo una última fotografía. El resultado es malo, pero dice mucho sobre ese llamado histórico, sobre esa necesidad de fotografiarlas.

Cosas sagradas 

Ota Benga. (1906), exhibido en el zoo del Bronx.
Toda la tensión que provoca la expresión muda de esa muchacha está contenida en una fotografía tomada en 1906 a un pigmeo congolés de la etnia mbuti, un cazador recolector originario del Rio Kasai, un Twa. El pigmeo se llamaba Ota Benga y ese año fue exhibido en una jaula del Zoológico del Bronx, en Nueva York, acompañado de monos y otros animales. En esa fotografía, Ota Benga (nacido en 1884 en el Congo belga, su mujer y sus hijos –considerados “nativos en estado inferior de evolución”– asesinados y desmembrados por la Fuerza Pública del Rey Leopoldo II, capturado y cedido en trueque en el mercado de esclavos, expuesto en ferias mundiales estadounidenses como “eslabón perdido”, finalmente convertido en mano de obra asalariada y empujado al suicidio: disparo en el pecho a los 32 años) está de pie junto a un árbol, mirando a cámara; en el brazo derecho sostiene un chimpancé. Sólo se hicieron cinco imágenes promocionales, pues, al igual que una centuria más tarde, estaba prohibido tomar fotografías. El gesto de su rostro es inexpugnable, aunque un siglo después, como consumidor de baratijas, como partícipe directo de algo llamado modernidad, uno sienta un sudor frío en la nuca y se obligue a desviar la mirada.

El registro etnográfico está repleto de estas miradas, aún cuando los ojos tengan las cuencas vacías. Estas fotografías han sido tomadas en “zoológicos humanos” y “exposiciones etnográficas” enmarcadas en ferias de los siglos XIX y XX. La corrección política colonial asumía la presentación de la otredad, de la diferencia, como componente de un paradigma constituido alrededor de la raza, de la distinción biológica, del adelanto y del atraso evolutivo. Las personas pagaban su entrada, hacían cola, se amontonaban para ver a esas razas diferentes. Tampoco podían tomarles fotografías, ni alimentarlos. En una exposición de Bruselas, en 1897, cuando los africanos acabaron indigestados por la comida que los visitantes les arrojaban, las autoridades colocaron un letrero: “Los negros son alimentados por el comité organizador”. En el museo de Sucre no había letreros, pero las indias andinas también son alimentadas por el comité organizador.

Niño de Llullaillaco. Museo de Alta Montaña de Salta
Las cuencas vacías –ahora mirá los ojos muertos de los Niños del Llullaillaco en el refrigerador del Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta– tienen un marco legal más estudiado. El Código de Deontología Profesional del Consejo Internacional de Museos establece cómo deben tratarse los “objetos dedicados”: restos humanos y cosas sagradas. “Deben presentarse con sumo tacto y respetando los sentimientos de dignidad humana de todos los pueblos”, dice. Pero allí no se explicita cómo debe presentarse ese “objeto dedicado” constituido por personas vivas en exhibición, como las muchachas del museo de Sucre, en nombre de un artefacto llamado “cultura”, o como Ota Benga en el zoológico de Nueva York, en nombre de un artefacto llamado “raza”.

El llamado histórico se disuelve en la clandestinidad de los actos cotidianos. Nadie está por fuera de su época y por eso, mientras uno se horroriza ante el relato de Ota Benga, abona su entrada para observar cómo las muchachas andinas tejen en el patio del museo. Su exhibición está tan naturalizada que la correspondencia histórica entre raza y cultura se desvanece, cede ante la exigencia del gesto cínico que desnaturalice el vínculo. Raza o cultura, da igual. Todo fue hecho con amor.

martes, 22 de mayo de 2012

PREMIO PATRIMONIO CULTURAL DE LA UE A LA INICIATIVA ALLIANOI

Hace un año, el yacimiento arqueológico de Allianoi fue inundado por las aguas a pesar de la resistencia ciudadana presentada por un grupo de jóvenes procedentes de diferentes profesiones cercanas al patrimonio cultural (arqueología, arquitectura...). 

El yacimiento fue un conjunto termal de la antigüedad próximo a la antigua ciudad de Pérgamo en la actual Turquía. La construcción de la presa de Yortanli, destinada al regadío de la zona, amenazaba el yacimiento a pesar de los proyectos alternativos propuestos para evitar que el conjunto termal fuera inundado por las aguas y destruido con el paso de los años. 

 La comisión europea ha decidido otorgar entre otros galardonados, el premio Patrimonio cultural de la Unión Europea por los servicios prestados (Dedicated Service) concedido por la Fundación Europa Nostra a la iniciativa Allianoi, emprendida en 2004 por el arqueólogo y máximo investigador del conjunto patrimonial del antiguo conjunto de Allianoi, Ahmet Yaras. El premio ha sido concedido al "movimiento ciudadano y arqueológico emprendido por el Dr. Yaras que le ha valido la admiración de miles de ciudadanos en Turquia y en Europa, a expensas de su carrera profesional"


jueves, 17 de mayo de 2012

EL GOBIERNO FRANCÉS DEVUELVE PIEZAS DE LA ARQUEOLOGÍA PRECOLOMBINA A COSTA RICA

Otra buena noticia en relación con el tráfico de bienes arqueológicos entre diferentes países. En este caso supone la continuidad de la que nos hicimos eco en enero Francia restituye a Nueva Zelanda las cabezas momificadas de guerreros maoríes.

Carolina Barrantes, LaRepublica.net, jueves 17 de mayo de 2012

© LaRepublica.net

Gobierno francés devolvió seis objetos precolombinos que fueron incautados hace poco más de dos años en tierras galas. 

Seis piezas arqueológicas costarricenses de la época precolombina y que fueron interceptadas en la frontera de Francia, ya se encuentran en manos nacionales. El gobierno de Francia entregó hoy a la Embajada de Costa Rica en tierras galas los objetos, luego de hacer una serie de investigaciones judiciales y aduanales en dicha nación. 

Las piezas devueltas son una marmita globular de dos asas opuestas en cerámica y un recipiente trípode en forma de ave en cerámica que datan de los años 500 y 800 dC, y una marmita esférica trípode en cerámica, que data del 300 al 500 dC. 

Además, una marmita trípode con decoraciones de incisiones en cerámica y una vasija en cerámica cuyos orígenes son del 500 dC y 800 dC, así como una vasija globular trípode con decoraciones de incisiones en forma de ave en cerámica del 300 a 500 dC. 

Las piezas arqueológicas son pequeñas y fueron incautadas hace poco más de dos años en la frontera gala, cuando iban a ingresar al país. 

Autoridades del Museo Nacional en conjunto con la Embajada de Costa Rica en Francia siguieron todo el proceso en suelo francés y revisaron fotografías de las piezas para constatar si pertenecían al país. 

“Hemos llevado todo el proceso a partir de lo que las autoridades francesas informaron allá del hallazgo. Ellos nos enviaron las fotografías de las piezas y nosotros las identificamos; había unas piezas falsas y otras verdaderas. Luego hicimos el peritaje y la documentación para solicitar la repatriación”, explicó Marlin Calvo, jefa del departamento de protección del patrimonio del Museo Nacional. 

 “Las piezas son de nuestro interés, puesto que es patrimonio arqueológico que salió ilegal del país; el proceso hecho es un logro porque otras gestiones que se han hecho en el pasado, no han salido de manera tan rápida como esta. La mayoría de las piezas proviene de la vertiente atlántica del país”, afirmó la funcionaria. El Museo Nacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, y la Embajada de Costa Rica en Francia están en conversaciones para ver cómo repatriarán los objetos y el costo que implicaría. 

Algunas de las piezas están deterioradas o presentan fracturas, por lo que deberán ser restauradas.