miércoles, 24 de julio de 2019

RELATO APÓCRIFO DE UNA MAYÓLICA

Josep Vicent Lerma
Levante-EMV, 23 de julio de 2017

Como quiere la magistra óptima de arqueólogos la benemérita Carmen Aranegui, más allá del descrédito de algunos episodios crepusculares de los últimos años de la Arqueología vernácula, el viaje a cualquier tiempo pasado requiere, a modo de viáticos, de algunos prolegómenos intelectuales, como entender que los objetos antiguos nos cuentan a su modo las historias olvidadas de los artesanos que en su día los labraron, de los anónimos personajes que los utilizaron para su servicio o de los marinos que los transportaron por encima de las ondas de mares y océanos. Pero para ello, tales artefactos deben ser aprehendidos como lo que en último término son, un acopio de trabajo humano y de ahí la relevancia semántica de los contextos de hallazgo de los mismos. Como en el caso de un notable plato de ala de mayólica azul de la serie itálica calligrafico naturalistico de Savona (Génova), exhumado hace más de un lustro en una cripta subterránea del desaparecido convento de Nuestra Señora de la Esperanza, junto a la barriada de Marxalenes, en el también sacrificado Hort de l'Estrella, en compañía de lozas de color verde y azul del estilo de la localidad aragonesa de Muel y de reflejo dorado de Manises de los siglos XVII–XVIII (Levante-EMV, 16-01-2013).

En realidad se trata de una elegante pieza de vajilla de mesa esmaltada en blanco de estaño, poco profunda, pintada en azul cobalto monocromo en el centro con el conocido tema de la pagoda budista o pabellón oriental, flanqueado por el motivo vegetal denominado «plantas acuáticas», rodeado todo ello por una característica cenefa de lirios y florecillas a quarteri, imitación de los años 1628–1650 de las porcelanas bleu et blanc Wan-li, que en los documentos de la época se describen de un modo explícito como «porzeletta de China» y que significativamente encuentra un apropiado paralelo formal con escena de aves en la colección mallorquina Orlandis, revelando elperiplo insular mediterráneo de la misma, desde los entonces afamados centros ceramistas ligures hasta la capital del antiguo reino de Valencia.

Delicada manufactura que ilustra a la perfección, como ha recordado recientemente David Munuera del Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena (ARQVA), la moda universal o gran demanda del Viejo Continente de porcelanas chinas, surgida a raíz del establecimiento en 1565 de la gran ruta marítima interoceánica que unía Asia con Europa por medio del llamado «Galeón de Manila», así como el fenómeno global de los intentos de imitación por parte de alfares peninsulares como los de Barcelona, de donde surgieron las lozas conocidas por los anticuarios como de «Escornalbou» y Talavera de la Reina, con sus series barrocas de orlas compartimentadas, vistas en la exposición antológica «aTempora» (6.000 Años de Cerámica en Castilla- La Mancha) (2018/19).

Mercaderías finas «Obra de Génova» ya consignadas en el impuesto local o sisa de pass del Consell, que viajaron por mar a lo largo del siglo XVII hasta el Cap i Casal junto a otras labores ceramistas, como el azul «berettino» del plato hondo con borde convexo, decorado con una arquitectura doméstica, enmarcada con cenefa a quarteri, del lote excavado en el subsuelo de la Casa Abadía de la huertana iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia de Campanar y que también encontramos en otros muchos puertos de nuestro mar común como Ciutadella, Dénia o Xàbia.

Por consiguiente, si de lo que se trata es de aportar lucidez al caos y si como sostiene J. Lagardera en su artículo en estas mismas páginas de Levante-EMV «De Juego de Tronos a The Crown» (2017) «la Historia no es un acontecimiento objetivo sino una interpretación», para concluir esta modesta biografía del plato genovés que ahora nos ocupa, debemos poner aquí punto y final a esta breve narración canicular, predicando como seguramente después de más de medio siglo de uso doméstico cotidiano, finalmente acabaría sus días de brous de cuchara al convertirse, por sus propias excelencias de belleza intrínseca, en un consagrado plat de combregar enfermos impedidos o de pernoliar, en el que un anónimo sacerdote católico administraría los postreros santos óleos con bolas de estopa a alguna monja recoleta de alcurnia, antes de ser amortizado definitivamente junto al cuerpo de la misma, en el oscuro interior de una de las criptas o vasos sepulcrales del mencionado al principio de este artículo antiguo Convento de religiosas agustinas de la Esperanza de València, en tiempos cercanos a los convulsos años de la Guerra de Sucesión y de acuerdo con este específico ritual funerario de los recipientes para la unción o con sal penitencial para demorar la descomposición corporal, depositados habitualmente sobre el vientre, el pecho o en la cabecera de los inhumados, bien documentado en tierras valencianas y aragonesas, así como igualmente en las castellanas de la iglesia de San Pantaleón de Quintanalara (Burgos).