LEVANTE-EMV, Editorial
21 de noviembre de 2010
La inhibición del pensamiento científico y humanístico valenciano de la dialéctica social constituye uno de los mayores lastres de la actual sociedad valenciana e imposibilita la configuración de un espacio común de deliberación colectiva, uno de los ejes nucleares de la esfera democrática. Es un déficit que resulta más evidente en la actualidad puesto que, por contraste, glosa la abundancia participativa de un pasado reciente. El vacío lacerante de expertos e intelectuales en las tribunas públicas, cuyo criterio de autoridad ha de diseccionar propuestas, analizar problemas o espolear conciencias, supone hoy una clamorosa carencia que instruye sobre la temperatura involutiva en el índice del progreso social. Tal vez los especialistas no deseen involucrarse, como antaño, en el compromiso cívico, ni asumir riesgos supuestamente inicuos.
Quizás piensen que su altura intelectual ha de disponerse sobre ámbitos necesitados de una pedagogía previa para captar sus juicios. Puede incluso que añadan a sus reticencias esbozos nihilistas o escépticos para apartarse: sus opiniones, pensarán, no han de alterar el curso de los acontecimientos y mucho menos han de mudar la conciencia ciudadana. Tal vez. Pero su «huida» del espacio público fabrica una sociedad más estéril y dimitida. Y existe abundante materia para su participación: la enorme deuda valenciana y su legado coercitivo, el débil mapa de la financiación y la fragilidad del Consell, la adecuación de la enseñanza a los parámetros europeos y sus miserias materiales, los tótems identitarios falsarios pero aun así consagrados desde ópticas valencianistas, la corrupción que desmembra a la clase política. Sólo las sociedades adormecidas o quebradizas no extrañan la ausencia de intelectuales y científicos en el debate público. La valenciana ha encendido la luz roja.
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