martes, 18 de marzo de 2014

CABALLERIZAS, RUINAS PERTINACES Y SIG´s

Muralla islámica en el subsuelo del Temple
Josep Vicent Lerma
Levante-EMV, 8 de marzo de 2014

La pertinente reconvención de Julio Monreal por nuestra sequía epistolar invernal en Levante-EMV, nos permite argüir a modo de descargo el argumento de la casi insuperable dificultad de, parafraseando al desparecido Miquel Barceló, escribir acerca de nada en punto a la en esencia ahora inédita gestión institucional del patrimonio histórico valenciano.

Con todo, la reciente irrupción de la guadianesca noticia de la descatalogación para derribo en Ciutat Vella de unas presuntas caballerizas del siglo XIX en la trasera del palacio gótico de los Escrivà de Romaní (Levante-EMV, 21-02-14), aparentemente desmentido a los pocos días por el concejal de urbanismo y aún con el asunto en el aire, a juzgar por los juicios de valor negativos sobre este edificio anexo del mediático arquitecto J.M. Lozano, sustentados en estratigrafías murarias externas y tapujos museísticos. Además de poder ilustrar a modo de ejemplo los potenciales riesgos de la penúltima reforma ad hoc de la Ley de Patrimonio Cultural Valenciano, deslizada sin alharaca en la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos de 2013 para evitar la judicialización de casos como el del controvertido Jardín de Monforte, en virtud de la cual los ayuntamientos con Planes Especiales de Protección (PEP) de sus Bienes de Interés Cultural (BIC) aprobados, han asumido la gestión directa de sus entornos de protección sin el filtro previo de la Conselleria de Cultura, con la vergonzante excepción de las intervenciones arqueológicas urbanas. No ha dejado de retornarnos a la memoria, cual fulminante infusión de rabos de pasa, como fue el maestro de periodistas, recientemente premiado en sus propias palabras por “ser un incordio para media Valencia y a parte de la otra”, Ferran Belda el primero en utilizar subliminalmente por sus connotaciones peyorativas el término “caballerizas” en uno de sus antológicos Bastos “La cordura vuelve al Real” (Levante-EMV, 27-01-1989), para referirse entonces a una construcción igualmente polémica, el Palacio del Real de Valencia.

Por lo demás, los paralizados desde hace más de un año trabajos de restauración del neoclásico Palacio del Temple, devueltos al primer plano de la actualidad por el despido de su arquitecto-estrella Carlos Meri por parte del Ministerio de Hacienda (Levante-EMV, 28-02-14), junto al memorable fiasco arqueológico de la calle Ruaya, a la que ya dedicamos nuestro “La excavación del millón de dólares” (Levante-EMV, 17-07-08), constituyen en nuestra opinión el paradigma hoy en día de la gerencia autonómica de una Arqueología Urbana de Valencia, externalizada, muy lenta y económicamente cara, a la vez que ineficiente en sus metodologías y estrategias obsoletas de intervención sobre el terreno.

Buena prueba de ello resulta el manido subterfugio aducido, mano de santo en estos casos, para justificar la paralización de las obras de la antigua sede de la Orden de Montesa del afloramiento de los restos de la muralla almohade, con adarve fortificado, torres cuadradas, barbacana y foso, algo que a modo de pretexto únicamente “se podía intuir”, cuando la realidad es que una previa consulta a un sistema de información geográfica (SIG), como la carta arqueológica de Barcelona, operativa desde 2010, hubiera revelado con suficiente precisión proyectual allí, no sólo su tozuda previsible presencia, sino su carácter de hallazgo arqueológico programable.

A modo de conclusión Nihil novum sub sole, tampoco debería echarse en saco roto el hecho de que el “ajuste geométrico” implementado en la propuesta de integración de la muralla árabe del Temple en un espacio diáfano, parece cerrar sintomáticamente el bucle arquitectónico de la solución impuesta por Tomás Lloréns un cuarto de siglo atrás en la Sala de la Muralla del IVAM.

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