Ricardo González Villaescusa
Levante-EMV, Territorio y Medio Ambiente, 23 de enero de 2005
Presentación del libro, Las formas de los paisajes mediterráneos, Jaén, 2002
Indice del volumen en la web Archéogéographie
La percepción del patrimonio que tiene buena parte de los planificadores del suelo, sea urbano o rural, ha cambiado en los últimos veinte años. Como consecuencia de gestiones improvisadas y a pesar de los avances logrados, el resultado actual se encuentra en franco retroceso. Ello se traduce en la pérdida cotidiana de patrimonio cultural de toda índole, aunque fundamentalmente arqueológico, y no tanto por una falta de preocupación explícita, sino por una gestión que no ve más allá de lo inmediato, por una percepción del patrimonio como algo contemplativo que en la práctica cotidiana genera problemas. Sin embargo, el patrimonio no debe ser un freno para el desarrollo y la gestión del territorio, sino un útil de gestión y un factor estratégico.
A ello se añade una nueva urgencia derivada de la paulatina desaparición de los paisajes rurales y de la Huerta que conlleva el daño colateral de la disipación de la institución del Tribunal de las Aguas, tal y como ha puesto de relieve el Escrit sobre el perill de desaparició del Tribunal de les Aigües en el marc de l'amenaza de desaparició de l'Horta, de 28 de junio de 2004.
Esta situación se debe, en parte, a la desconexión de las políticas patrimoniales y las de investigación y desarrollo (I+D). La gestión diaria del patrimonio carece de relación con las líneas de investigación básica, fundamentalmente por la falta de implicación de la universidad ante la ausencia de demanda de las administraciones a aquélla para la creación de líneas de investigación que resuelvan los problemas de la gestión diaria. En ese sentido extraña la ausencia de una formación específica en las universidades, donde aún no se han creado titulaciones ni existen prácticamente asignaturas específicas sobre arqueología de gestión, del paisaje, y menos aún en arqueología preventiva, a diferencia de las universidades francesas e italianas.
Estos conceptos (paisaje, arqueología preventiva...) son críticos con una idea de la arqueología en general y de la excavación en particular como un método de conocimiento puntual y destructivo de un recurso patrimonial no renovable. La arqueomorfología o los análisis morfodinámicos de los paisajes rurales y urbanos se centran en los territorios como principal objeto de la investigación, las formas de los paisajes como sistemas estructurantes de la actividad agraria y como marcadores culturales en el medio, y las formas del hábitat como identificadores de la presencia humana.
La arqueología del paisaje y el análisis morfológico de las formas agrarias mediante cartografía histórica o actual, la fotografía aérea o las escenas satélite, junto a los datos derivados de las prospecciones sistemáticas, es la técnica más adecuada para el desarrollo de cartografías y documentos de evaluación del patrimonio y atlas de cartografía histórica integrados en sistemas de información geográfica (SIG) aplicados al concepto de riesgo de impacto arqueológico en la arqueología preventiva y la protección de bienes culturales.
Frente a las cartas arqueológicas tradicionales confeccionadas en los años 80 y 90 como simples dispersiones de puntos sobre un plano, que resultan prácticamente inoperantes para la toma de decisiones prospectivas, debería poderse definir los elementos constitutivos de documentos de gestión urbana y territorial histórico-arqueológica cuyo espíritu deberia ser el diseño de planos de potencialidades patrimoniales, ambientales y de aquellos aspectos técnicos que permitieran la ordenación territorial como un planteamiento anticipador y estratégico para determinar los valores más oportunos y transformadores de una política territorial, como aconseja la Estrategia Territorial Europea (ETE).
Para ello debería definirse una metodología de catalogación, protección, conservación y explotación sostenible del patrimonio paisajístico, así como la creación y perfeccionamiento de métodos no destructivos de catalogación y conocimiento científico en el marco de una arqueología preventiva a través de una arqueología del paisaje.
La definición de la Convención Europea del Paisaje (Florencia, 2000), que establece que un paisaje es "una parte del territorio percibida por las poblaciones, cuyo carácter resulta dela acción de factores naturales y/o humanos y de sus interpretaciones", debe ser dotada de contenido. Se hace urgente definir una política patrimonial sobre el paisaje a aplicar en el ámbito de la Comunidad Valenciana, con el objetivo de proteger y ordenar los paisajes de la Comunidad.
De esta forma es imprescindible, como establece el artículo 5 de dicha convención, el reconocimiento jurídico del paisaje, la definición y aplicación de las políticas que le afectan, y la integración del paisaje no solamente en las políticas de ordenación del territorio. como ya hace la ley 4/2004, de 30 de junio, de Ordenación del Territorio y Protección del Paisaje de la Comunidad Valenciana, sino también en las políticas de urbanismo, culturales, ambientales, agrarias, sociales y económicas.
La cuestión implícita que se planteaba con la pretensión de una colaboración de un morfohistoriador con este equipo de arqueología agraria, era el de la naturaleza de los resultados que el análisis morfológico era susceptible de aportar a esta problemática. Supongo que Miquel Barceló, con la causticidad que le conocemos, debía preguntarse si la morfología iba a producir, como a menudo, resultados dogmáticos, o si era posible algo bien distinto.
Ahora bien, la principal aportación de Ricardo González Villaescusa ha sido hacer surgir las creaciones parcelarias medievales, en la gama de sus formas originales, y demostrar así que toda una faceta de la investigación está por crear. Lo ha hecho en el marco de las villanuevas de colonización, pero también en el estudio de los parcelarios de regadío, incluidos los de gran tamaño como los ejemplos de las grandes huertas de Valencia y Murcia.
Varios capítulos de este libro dan cuenta de esos resultados. No es cierto que sean los resultados esperados por los arqueólogos medievalistas, pues desplaza el habitual objeto e interés de éstos. Es precisamente sobre este aspecto donde se hace necesaria una observación. No puede prejuzgarse los resultados del análisis morfológico de los espacios medievales, máxime en la medida en que nada, hasta ahora, había sido realizado. Incluso, más precisamente, no puede prejuzgarse la escala a la que los resultados surgen: la escala microlocal no es siempre la mejor ni la única.
No debe generalizarse esta enseñanza. ¿Es obligatoriamente en el marco de una microarqueología (empleo el término en el sentido en que hablamos de microhistoria), o en el de la arqueología extensiva de los openfields, como los arqueólogos ingleses nos han invitado a hacerlo, donde podrán hacer los descubrimientos morfológicos más significativos? La demostración se hace patente en este libro: conviene dejar al morfólogo una auténtica libertad de investigación; salvo que pretendamos decirle lo que tiene que encontrar, lo cual sería volver al dogmatismo y caer en errores en los que los directores de investigaciones y enseñantes caen a menudo.
El trabajo de Ricardo González Villaescusa reclama nuevos desarrollos en el dominio de la morfología dinámica. ¿Quién mejor que él podrá estudiar junto a las planificaciones antiguas y medievales, estos paisajes de la experiencia que son la esencia de las formas agrarias y urbanas? Su capacidad de modelización y su soltura para desenvolverse entre documentos planimétricos son los mejores garantes de esta evolución. Sería de gran utilidad que pudiera formar a jóvenes investigadores en estos métodos y que animara un grupo de morfología dinámica sobre los paisajes urbanos y rurales españoles.
Prefacio de Gérard Chouquer
Es raro que un investigador formado en una especialidad, se dé a conocer más tarde como uno de los mejores en otra bien diferente. Es el caso de Ricardo González Villaescusa, que ha pasado con acierto de la arqueología funeraria -objeto de una tesis publicada- al estudio de las formas históricas de los paisajes. Los textos reunidos en este volumen datan todos del periodo comprendido entre 1995-2000, y son testimonio de su actividad y de su curiosidad científicas.
Desearía en este prefacio subrayar algunos aspectos importantes de su trabajo, en razón del contexto científico y de su participación en la evolución de los debates que se llevan a cabo sobre los paisajes y su estudio.
Conviene, antes que nada, resaltar la aportación de Ricardo González Villaescusa al debate teórico y a la construcción de las herramientas del análisis morfológico. Quizá el lector sepa que desde hace una decena de años, un grupo de investigadores que coordino emprendió la tarea de realizar una serie de análisis morfológicos con el fin de reflexionar sobre los presupuestos normales que conciernen a las formas agrarias habitualmente atribuidas a una u otra sociedad antigua. Esta labor surge de una primera renovación que fue conducida por los historiadores de la antigüedad, en los años 70 y 80, sobre el tema clásico de las centuriaciones, y que condujo a una reafirmación de las condiciones en las cuales era abusivo pretender identificar una centuriación romana. Pero al mismo tiempo que se conducía esta empresa de retorno al rigor el entusiasmo por el objeto provocó, paradójicamente, nuevos extravíos..., y florecieron las falsas centuriaciones.
Es también la época en que las sociedades medievales no tenían formas, es decir, los medievalistas no veían el interés en buscarlas. Se vivía sobre la base de los trabajos de la arqueología anglosajona que planteaban el siguiente supuesto: la puesta en marcha de los openfields se habría producido en el marco de una planificación bastante generalizada de los terrazgos agrícolas. A principios de los 90, los medievalistas recordaban todavía este doxa.
El trabajo de nuestro grupo -al cual Ricardo González Villaescusa se unió desde principios de los años 90 y que ha seguido fielmente, pese a la incomodidad de los desplazamientos y estancias lejos de su país- ha consistido en emprender una refundación bastante completa o, más exactamente, a tomar progresivamente consciencia de la necesidad de esta refundación.
El lector interesado podrá encontrar en las recientes publicaciones que se encuentran citadas en la bibliografía del volumen, la descripción de esta corriente de morfología histórica y dinámica, sus conceptos y elaboraciones, su epistemología y su metodología. Me limitaré aquí a decir rápidamente que Ricardo González Villaescusa mostró una aptitud a conceptualizar que nos sedujo a todos desde el primer momento. Recordamos bien cuando nos propuso el concepto de regularidad orgánica, cómo llamó la atención sobre la importancia de la conexión en el seno de los sistemas y redes parcelarias de riego, cómo reflexionó sobre las condiciones de la morfogénesis de los sistemas parcelarios coherentes, y cómo supo, finalmente, trasladar estas nociones a la interpretación de interesantes documentos cartográficos.
Con la lectura de los capítulos de este libro, sorprenderá al lector el camino que el autor ha hecho avanzar a la investigación española. Es él quien personifica la transición, o si se prefiere, la articulación, entre geógrafos, arqueólogos y morfohistoriadores. Cuando en 1974 era publicada en Madrid la famosa recopilación Estudios sobre centuriaciones romanas en España, recordamos que la empresa fue llevada a término por geógrafos. En esta época, el estudio de las formas agrarias sólo podía llevarse a cabo por los geógrafos "rurales” y no por historiadores o arqueólogos, presa de sus respectivas fuentes. Más tarde el estudio de las formas sería pretendido, léase recuperado, después contestado y rechazado por la arqueología. Se han realizado ensayos para definir una arqueología de los paisajes, que han chocado con la irreductibilidad de las escalas. Ricardo González Villaescusa ha podido comprobar, por sus experiencias de colaboración entre arqueología y morfología, en el País Valenciano como en Francia meridional o Marruecos, la dificultad que entrañaba el diálogo entre ambas disciplinas, la fuerte incomprensión y los limitados puntos de contacto. Pero ha contribuido a hacer tomar consciencia de que el análisis de las formas históricas es asunto de especialistas y que no podía ser incorporado por la arqueología sin precaución.
Hoy, yo definiría a Ricardo González Villaescusa como uno de los morfohistoriadores más sólidos por su preocupación constante por ligar una forma agraria a la sociedad que la produjo; y de los investigadores más abiertos por su resistencia a ser víctima del periodo histórico que es su especialidad de origen (la antigüedad). Aunque yo he roto algunas lanzas contra los procedimientos rutinarios de la práctica morfohistórica, reconozco hoy con agrado que él ha sido uno de los que han demostrado la posibilidad de la refundación de esta práctica sobre bases rigurosas.
Este último aspecto me parece fundamental y me conduce a formular un matiz a una idea importante; matiz que, por otra parte, es en beneficio del autor. Ricardo escribe en el último capítulo que es necesario pasar por una fase transitoria de producción de hipótesis morfológicas, que no pueden ser confirmadas en lo inmediato; situándose así en la idea de que una organización de las formas, leída en un mapa o fotografía aérea puede, y debe, ser controlada sobre el terreno mediante la arqueología.
Su participación como morfohistoriador en proyectos arqueológicos nos ha hecho poner en duda dicha afirmación. El plano morfológico es a menudo independiente del plano arqueológico, y esto se plasma en diferentes niveles. Sabemos muy bien que si nos dedicamos a excavar cunetas, campos o un hábitat inscritos en una centuriación de la que sabemos que nace de una u otra iniciativa política, la excavación podrá producir perfectamente un resultado desfasado (por ejemplo de uno o dos siglos posteriores), sin que, no obstante, se pueda decir que la excavación condena la hipótesis morfológica: nada impide a un agricultor excavar y orientar una cuneta, o construir su casa, teniendo en cuenta una forma agraria preexistente, que es mucho más antigua. Incluso, ¿no encontrar en la excavación la huella de un eje teórico de la retícula centuriada condena la reconstrucción, o bien esto significa, simplemente, que el eje no fue construido en este lugar preciso? A este tipo de situaciones nos enfrentamos en las excavaciones ocasionadas por los trabajos morfológicos y arqueológicos del TGV Mediterráneo en los que participó el autor. Y esta experiencia sirvió para tomar nota de una discontinuidad frecuente entre los respectivos planos del análisis morfológico y de la excavación arqueológica.
Ricardo González Villaescusa ha encontrado serios motivos para retornar al ámbito de las formas agrarias, tal y como demostró su artículo sobre los límites jurídico-administrativos de la ciudad de Nîmes (Fiches, González Villaescusa 1997), donde las formas invocadas en la argumentación no podrán ser validadas nunca por la arqueología de campo.
Este libro es también un testimonio de su colaboración con el equipo de arqueología agraria de Miquel Barceló, en uno de los momentos más interesantes de su recorrido científico, en el que me gustaría insistir por la trascendencia de esta colaboración.
A principios de los 90, Miquel Barceló criticaba las tradiciones académicas españolas, marcadas por la obsesiva búsqueda de las centuriaciones romanas. Al mismo tiempo, planteaba las bases de una arqueología de los paisajes medievales que consistiría en algo bien distinto de las prospecciones arqueológicas. Se lamentaba, ciertamente, de que la arqueología del paisaje no fuera otra cosa que la arqueología extensiva, la de las recogidas de fragmentos cerámicos y de las simples distribuciones sobre un mapa de estos materiales, y no un estudio de los espacios de trabajo de las sociedades rurales medievales.
Esta propuesta se formulaba por una crítica que suscribo plenamente y que consistía en afirmar cómo los historiadores y los arqueólogos en la retórica del ir y venir del "territorio" al "poblamiento" y viceversa, acaban «perdiendo a los campesinos, a la gente, por el transitado camino de ida y vuelta, colocando, en el mejor de los casos, fetiches administrativos en el centro vacío de su investigación» (Barceló 1995, 69).
La cuestión implícita que se planteaba con la pretensión de una colaboración de un morfohistoriador con este equipo de arqueología agraria, era el de la naturaleza de los resultados que el análisis morfológico era susceptible de aportar a esta problemática. Supongo que Miquel Barceló, con la causticidad que le conocemos, debía preguntarse si la morfología iba a producir, como a menudo, resultados dogmáticos, o si era posible algo bien distinto.
Ahora bien, la principal aportación de Ricardo González Villaescusa ha sido hacer surgir las creaciones parcelarias medievales, en la gama de sus formas originales, y demostrar así que toda una faceta de la investigación está por crear. Lo ha hecho en el marco de las villanuevas de colonización, pero también en el estudio de los parcelarios de regadío, incluidos los de gran tamaño como los ejemplos de las grandes huertas de Valencia y Murcia.
Varios capítulos de este libro dan cuenta de esos resultados. No es cierto que sean los resultados esperados por los arqueólogos medievalistas, pues desplaza el habitual objeto e interés de éstos. Es precisamente sobre este aspecto donde se hace necesaria una observación. No puede prejuzgarse los resultados del análisis morfológico de los espacios medievales, máxime en la medida en que nada, hasta ahora, había sido realizado. Incluso, más precisamente, no puede prejuzgarse la escala a la que los resultados surgen: la escala microlocal no es siempre la mejor ni la única.
No debe generalizarse esta enseñanza. ¿Es obligatoriamente en el marco de una microarqueología (empleo el término en el sentido en que hablamos de microhistoria), o en el de la arqueología extensiva de los openfields, como los arqueólogos ingleses nos han invitado a hacerlo, donde podrán hacer los descubrimientos morfológicos más significativos? La demostración se hace patente en este libro: conviene dejar al morfólogo una auténtica libertad de investigación; salvo que pretendamos decirle lo que tiene que encontrar, lo cual sería volver al dogmatismo y caer en errores en los que los directores de investigaciones y enseñantes caen a menudo.
El trabajo de Ricardo González Villaescusa reclama nuevos desarrollos en el dominio de la morfología dinámica. ¿Quién mejor que él podrá estudiar junto a las planificaciones antiguas y medievales, estos paisajes de la experiencia que son la esencia de las formas agrarias y urbanas? Su capacidad de modelización y su soltura para desenvolverse entre documentos planimétricos son los mejores garantes de esta evolución. Sería de gran utilidad que pudiera formar a jóvenes investigadores en estos métodos y que animara un grupo de morfología dinámica sobre los paisajes urbanos y rurales españoles.
Referencias bibliográficas del Prefacio
BARCELÓ, M. 1995: "Crear, disciplinar y dirigir el desorden. La renta feudal y el control del proceso de trabajo campesino: Una pro¬puesta sobre su articulación", Taller d'Història, 6, 61-72.
FICHES, J. L., GONZÁLEZ VILLAESCUSA, R., 1997: “Analyse morphologique et limites de perticae. Le cadastre A d'Orange et le territoire de la cité de Nîmes”, Les formes des paysages. Tome 3 L’analyse des systèmes spatiaux, G. Chouquer (dir.), París, 127-134.
BARCELÓ, M. 1995: "Crear, disciplinar y dirigir el desorden. La renta feudal y el control del proceso de trabajo campesino: Una pro¬puesta sobre su articulación", Taller d'Història, 6, 61-72.
FICHES, J. L., GONZÁLEZ VILLAESCUSA, R., 1997: “Analyse morphologique et limites de perticae. Le cadastre A d'Orange et le territoire de la cité de Nîmes”, Les formes des paysages. Tome 3 L’analyse des systèmes spatiaux, G. Chouquer (dir.), París, 127-134.
Reseña de J.L. Fiches en Ager, Bulletin de liason nº12, 2002, 26-27
Ce recueil préfacé par Gérard Chouquer réunit 17 textes (en partie inédits ou sous presse) que Ricardo González Villaescusa a écrits entre 1995 et 2000 et qui illustrent la place que ce chercheur – à l’origine spécialiste d’archéologie funéraire – a prise dans les débats autour des paysages et de leur étude. Maîtrisant l’analyse des formes agraires dans une perspective historique, il a surtout montré –et c’est l’essentiel de l’ouvrage– la place des créations parcellaires médiévales liées aux villes neuves de colonisation dans les régions de Valencia et de Murcia et étudié la relation entre parcellaires et irrigation en Espagne et au Maroc. Mais il a été aussi conduit à intervenir dans des projets archéologiques comme le TGV-Méditerranée, ce qui explique que ce volume traite, pour une petite part, des campagnes de Gaule. C’est, en effet, à l’occasion d’un séjour à Tours et avec le soutien du Centre de Recherches Archéologiques du CNRS et du Service régional de l’archéologie de Languedoc-Roussillon qu’il a approfondi le travail d’analyse de photographies aériennes et de cadastres napoléoniens entrepris pour le TGV dans la zone des Costières de Nîmes. Ainsi, le chapitre 3 (p. 85-172), auquel Gérard Chouquer a collaboré, correspond à un rapport inédit, préparé entre 1995 et 1997 sous le titre original Le rôle de la création parcellaire dans la dynamique des paysages. Secteur nîmois.
Ce chapitre, illustré de 25 figures de photo- ou carto-interprétation, comporte une présentation des unités géographiques de la région étudiée, qui se situe au sud-est de Nîmes entre les basses vallées du Gardon et du Vistre. C’est une région où l’on a reconnu depuis longtemps des traces de centuriations mais qui n’avait jamais fait l’objet d’une analyse approfondie et systématique des parcellaires. C’est ce travail qu’a réalisé R. González Villaescusa en relevant les limites actuelles et les traces fossiles pouvant se rapporter aux réseaux de Nîmes et à l’Orange A, en portant une attention particulière aux zones de contact entre ces systèmes et en montrant la construction en diagonale des centuriations Orange A et Nîmes A. Il confirme que le réseau Nîmes C n’est pas une centuriation classique mais un "système cohérent" dont les éléments s’organisent de manière moins rigoureuse. Il discute d’ailleurs (p. 141-146) de la morphogenèse de tels systèmes que G. Chouquer avait mis en évidence et dont F. Favory avait critiqué la qualification d’"indigènes" Il revient d’ailleurs à RGV d’avoir identifié un autre de ces systèmes cohérents, celui dit de la Vistrenque, qui se développe autour du fleuve et se caractérise surtout dans le parcellaire fossile, ce qui peut être un signe de son ancienneté.
RGV appuie ses observations sur les résultats d’interventions archéologiques faites à l’occasion du TGV ou du gazoduc "Artère du Midi". Il analyse les relations entre les parcellaires et l’aqueduc de Nîmes et met en évidence un certain nombre de tronçons routiers anciens, considérant l’un d’eux (qui constitue un axe fort du système de la Vistrenque) comme la strata publica désignée dans une charte du VIIe s. reprise dans un texte carolingien.
Son étude, qui s’emploie aussi à caractériser les parcellaires médiévaux et modernes, montre que le système Orange-Nîmes, inventé par A. Perez et M. Assénat, n’apparaît autour de Nîmes que dans le parcellaire de Marguerittes où il présente des caractères typiquement médiévaux. RGV avance également l’hypothèse que la centuriation Nîmes B aurait pu être revitalisée, en piémont de garrigue notamment, durant le Moyen Âge, période qui pourrait ainsi s’avérer particulièrement importante dans la genèse des parcellaires des Costières.
Dans l’esprit de RGV, ce texte était un rapport d’étape, un état des lieux nécessaire avant d’approfondir des recherches qu’il n’a pas eu la possibilité de poursuivre. C’est, en tout cas, une analyse incontournable non seulement pour ceux qui s’intéressent aux campagnes nimoises ou aux centuriations, mais pour tous ceux qui conduisent une réflexion sur les matériaux de l'histoire des paysages; ils trouveront dans les autres chapitres de l’ouvrage une matière riche et très bien analysée.
No hay comentarios:
Publicar un comentario