domingo, 23 de mayo de 2010

MEDIO AMBIENTE Y SOCIEDAD. LA CIVILIZACIÓN INDUSTRIAL Y LOS LÍMITES DEL PLANETA

Ricardo González Villaescusa

Reseña aparecida en Apuntes de Ciencia y Tecnología, nº 12, septiembre de 2004

E. García, Medio Ambiente y Sociedad. La civilización industrial y los límites del planeta. Alianza Ensayo, Madrid, 2004


El día que empiezo a escribir estas líneas dos noticias preocupantes abren los telediarios: el terrorismo checheno y las inundaciones del litoral mediterráneo. El llamado “terrorismo internacional” y el cambio climático. Lo inquietante no es que el año pasado hiciera más calor que nunca. Tampoco lo es que este final del verano sea el más lluvioso del litoral noreste mediterráneo desde que existen series de datos sobre el clima. Lo verdaderamente inquietante es que las series climáticas tienen picos, anomalías, demasiado frecuentes y reiterados. Las más altas temperaturas del siglo se alternan con las riadas más devastadoras. Algo pasa a pesar de las afirmaciones de aquellos que no creen que haya elementos suficientes para hablar de un cambio climático. Tras el caluroso verano de 2003, cambio climático, es una expresión coloquial que forma parte del vocabulario de la gente de la calle, ya sin mayor discusión.

Acostumbrados a leer en otras lenguas sobre medio ambiente y sociología medioambiental, resulta infrecuente encontrar una aportación en castellano ineludible, ya, para esta disciplina. Un libro de lenguaje ameno y fluido que, sin embargo, es engañosamente sencillo pues requiere de numerosas relecturas para abarcar las múltiples implicaciones de las afirmaciones que se realizan, así como de los datos que se facilitan a lo largo de la obra. El autor no es desconocido en la bibliografía sobre el tema pero con esta aportación marca un hito relevante en su trayectoria científica.

Cuando se lee este libro se está permanentemente invadido por una desazón y pesimismo, lúcido si se quiere, pero inevitable; pero ¿no dicen que un pesimista es un optimista bien informado? Veamos por qué.

El primer capítulo está destinado a clarificar la relación entre las ciencias ambientales y la sociología. Insistiendo en la excepcionalidad de las ciencias sociales y en la irreductibilidad de la parte social en el complejo sistema “medio ambiente-sociedad”. Así, las ciencias ambientales generan una impresión compartida de estar frente a un “objeto de conocimiento que, en parte, responde a conceptos y métodos que nos resultan familiares, pero que en otra parte, que es sustancial, atraviesa las fronteras entre disciplinas, requiriendo diversas perspectivas de investigación”. Es evidente que los nuevos problemas requieren de nuevas perspectivas; pero, ante la cuestión de si estas nuevas necesidades epistemológicas reclaman una cierta reunificación de la ciencia, como postula E. O. Wilson, el autor se decanta, al igual que quien escribe estas líneas, a favor de algo más que un “asalto interdisciplinar” pero bastante menos que la reaparición de una “ciencia unificada”.

En el segundo capítulo aborda los diferentes enfoques sociológicos que se han ocupado de los estudios medioambientales, desde los inicios, pasando por el materialismo histórico y llegando al enfoque de la sociedad del riesgo del sociólogo alemán U. Beck.

El capítulo tercero lo inaugura el autor planteando los postulados que fundamentan la sociología ecológica: “a) el objeto de estudio no es la sociedad sino el sistema formado por la sociedad y el medio ambiente; b) las relaciones entre sociedad y medio ambiente dependen siempre de formas históricas concretas de la tecnología, la desigualdad social y el sistema de necesidades; c) la expansión de la civilización industrial está siendo condicionada ya por los límites de la naturaleza para suministrar recursos y absorber residuos.” Y, teniendo en cuenta estos principios se adentra en el debate de si existen límites naturales que condicionen el crecimiento y en el concepto de sostenibilidad desde el punto de vista de las ciencias sociales. Así, la principal conclusión es que se trata de una variable sociológica a tener en cuenta. En el estudio de la sociedad contemporánea el medio ambiente no puede considerarse como un fondo constante, inalterable por las acciones sociales, e irrelevante para su análisis.

El capítulo cuarto lo dedica al futuro “incierto” del concepto sostenibilidad resaltando que el éxito del mismo se debe a la ambigüedad que lo envuelve, no tanto teórico o conceptual, como política. Tanto la izquierda como la derecha pueden identificarse con la palabra, los verdes la usan como legitimación de sus denuncias y los “productivistas” como ratificación de que la prioridad del desarrollo solo requiere de algunos ajustes para que pueda darse. Sin embargo, la sostenibilidad solo depende del factor tiempo: sostenible, sí, pero ¿durante cuánto tiempo? Al final todo se reduce a intentar alcanzar un quimérico equilibrio que permita mantener los procesos socioeconómicos que sustentan el bienestar alcanzado por algunos sectores de la población mundial (y teóricamente extenderlo a otros sectores) y la conservación de los sistemas naturales que soportan la existencia social. Idea, la de sostenibilidad, imprecisa e inasible si se quiere aunque, como dice el autor, no menos que otros conceptos de la ciencia social como son democracia o justicia.

Así, en los últimos capítulos, se llega al nudo gordiano que explica la situación actual. Las sociedades industriales han atenuado los conflictos sociales gracias a una mayor presión sobre el medio, como a una externalización de los costes; sobre el mundo preindustrial y sobre las generaciones futuras. Es decir, hemos adquirido mayores niveles de bienestar no gracias a una redistribución efectiva de la riqueza sino a una mayor presión sobre aquellos que no generan conflictos sociales: el medio ambiente, las sociedades del tercer mundo y las generaciones futuras que “ni votan ni compran hoy en los mercados”. ¿O, acaso sería el mismo precio del crudo si tuviéramos en cuenta la escasez que afectará a los que heredarán la Tierra? Por tanto, la crisis medioambiental actual no es nueva sino global y acelerada.

Aunque no haya motivos para el optimismo y consciente de que el problema escapa a soluciones fáciles, el autor hace depender la sostenibilidad de tres factores básicos: la población, las tecnologías utilizadas y el consumo. En el factor población, aumentando el control demográfico, aunque eso afecta a una profunda reelaboración cultural de significado de la familia, la reproducción, la vida o la muerte, y no parece sencillo. La sustitución de las tecnologías utilizadas por otras más ahorradoras de energía y menos contaminantes (ecoeficiencia). Y, finalmente, la tendencia a una sociedad menos derrochadora. Es evidente que una pequeña parte de la humanidad consume muy por encima de lo que es bastante (suficiencia). Del equilibrio razonable entre control demográfico, ecoeficiencia y suficiencia depende la sostenibilidad.

Como quiera que las generaciones futuras no turban nuestra tranquilidad, los otros dos objetos de externalización, las sociedades preindustriales y el medio ambiente, nos devuelven, si se me permite la expresión, los conflictos” que hemos desplazado fuera de las fronteras del mundo industrial. ¿El llamado “terrorismo internacional” y el cambio climático no son un buen indicio de esa externalización de los conflictos que llevan a cabo los países industriales desde el siglo XIX y el XX?

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