Hobsbawn en Valencia © M.M. Levante-EMV |
El historiador marxista fallecido esta semana visitó Valencia en dos ocasiones y predijo los grandes problemas de la integración europea
J. R. S., Levante-EMV, 7 de octubre de 2012
Que el historiador Eric Hobsbawm, fallecido esta misma semana a los 95
años, quedará como uno de los más influyentes historiadores del siglo XX
es más que una realidad y al mismo tiempo una obviedad. Sólo había que
ver el respeto que sobrevolaba por el salón de actos durante su segunda
visita a Valencia y la forma en la que el auditorio siguió su serena y
lucida intervención. En aquella ocasión —enero de 1997— había venido a
hablar de nacionalismos, de clases sociales, de crisis ideológicas en un
momento de desintegración de los Balcanes o mientras sonaban los
últimos coletazos del fin de la Unión Soviética. Llegaba de la mano del
Centro Tomás y Valiente de la UNED Valencia. Ya había visitado Valencia
en 1978 para dar una lección inaugural del curso.
En esta segunda
ocasión, además, la revista Historia Social —pionera en su género y que
este año cumple tres décadas de existencia y edita el mismo centro bajo
la supervisión de su director Javier Paniagua y José Antonio Piqueras—
le había dedicado un monográfico, el número 25, que hoy es difícil
encontrar. Ambos habían pasado unos meses antes unos días con él en su
casa de Londres y habían conseguido arrancarle la más larga entrevista
de su vida.
El historiador y su tiempo
Hobsbawm, tímido, discreto, silencioso y a veces de mirada perdida y no siempre gran hablador, había dirigido, junto a Josep Fontana, parte de la tesis de Paniagua sobre el anarquismo durante la II República y le abrió las puertas a ciertos documentos del British Museum. Desde entonces, cada año recibía por Navidad una caja de naranjas.
Hobsbawm, tímido, discreto, silencioso y a veces de mirada perdida y no siempre gran hablador, había dirigido, junto a Josep Fontana, parte de la tesis de Paniagua sobre el anarquismo durante la II República y le abrió las puertas a ciertos documentos del British Museum. Desde entonces, cada año recibía por Navidad una caja de naranjas.
Unas horas después
de haber aterrizado desde Londres con su segunda mujer, Marlene, aquella
semana de finales de enero de 1997, Hobsbawm entraba en uno de los
comedores privados del desaparecido restaurante La Pequeña Cocina con un
gorro de lluvia, una bufanda y vestido con un chaleco de lana. Parecía
el profesor despistado. Nada desvelaba su genialidad.
Cenó sesos y
estuvo brillante. Tanto hablando de fútbol, como de jazz, una de sus
grandes pasiones y género sobre el que ejerció la crítica con pseudónimo
durante su estancia en París.
Pero también habló mucho del
mundo, de los cambios que se estaban produciendo, de la falta de
compromiso del historiador con su tiempo y, como no, defendió la
pervivencia del marxismo y reiteró su compromiso con él en un momento de
decadencia ideológica. «El marxismo como proyecto en sí tiene validez,
pero entendido como proyecto de modificación social, de equilibrio entre
desigualdades. Lo importante —añadió— es cambiar el mundo y esa
interpretación tiene vigencia». Durante la larga conversación —reproducida después en estas mismas páginas— Hobsbawm se mostró como un
verdadero visionario de nuestra realidad actual.
«Creo que
vivimos la época más interesante del siglo. Época de cambios económicos,
sociales y culturales sin precedentes. Es el tiempo de una generación
que ha visto cómo se ha transformado el carácter desde el Neolítico
hasta los años 50. En los últimos 20 años ha bajado el número de
agricultores, el primer escalón de la economía. Eso supone una
revolución sin precedentes. Vivimos un tiempo en el que la sociología o
la economía han apartado a la historia y donde se está confeccionando un
nuevo tipo de economía mundial», apuntó.
El final de los nacionalismos
Hobsbawm reconocía que después de la desintegración de la URSS y la guerra de los Balcanes Europa necesitaba de un periodo de estabilidad, aunque admitía que los grandes problemas económicos iban a continuar, así como que el gran reto de nuestras sociedades era afrontar los problemas medioambientales imposibles de solucionar en los próximos cincuenta años, así como los generados por la desigualdades humanas o sociales.
Hobsbawm reconocía que después de la desintegración de la URSS y la guerra de los Balcanes Europa necesitaba de un periodo de estabilidad, aunque admitía que los grandes problemas económicos iban a continuar, así como que el gran reto de nuestras sociedades era afrontar los problemas medioambientales imposibles de solucionar en los próximos cincuenta años, así como los generados por la desigualdades humanas o sociales.
«Ya
se ha muerto el nacionalismo —añadía pensando en él como estado
territorial congruente con grupos étnicos— aunque claro con la
desintegración de la URSS se ha producido una tentativa que ya no tiene
sentido en el mundo actual. Es posible volver a ellos por momentos a
través de genocidios, masacres, expulsiones de masas... pero eso no
puede ser una base permanente», añadía.
La Europa del futuro
Con el euro todavía ausente como moneda común y por tanto la economía europea sin funcionar a toda máquina, Hobsbawm tenía claro que Europa tendría problemas de integración. «La expansión de la UE tendrá problemas grandes», afirmaba para completar su dibujo añadiendo que había existido una tensión creciente entre la idea original de Europa, que ha sido la creación de un superestado, y los propios intereses de los mismos estados.
Con el euro todavía ausente como moneda común y por tanto la economía europea sin funcionar a toda máquina, Hobsbawm tenía claro que Europa tendría problemas de integración. «La expansión de la UE tendrá problemas grandes», afirmaba para completar su dibujo añadiendo que había existido una tensión creciente entre la idea original de Europa, que ha sido la creación de un superestado, y los propios intereses de los mismos estados.
«Con el fin de la Guerra Fría —añadía— Europa
ha entrado en el área de la política y al entrar en ella se ha visto en
casi todos los países que hay una diferencia tanto entre las élites
económicas como en las políticas o en la opinión pública. Hoy en día es
muy difícil en la UE, incluida Alemania, encontrar un consenso sobre lo
que será el futuro europeo. Habrá problemas de integración. Por eso la
perspectiva es mayor entre una Europa restringida».
Años después y
a raiz de la situación económica actual Paniagua, discípulo del
historiador y profesor de Historia Social de la UNED, contestaba en una
entrevista a este diario sobre el fin de las ideologías qué pensaría el
intelectual sobre nuestra situación económica actual y el futuro
económico de España. Sólo respondió que diría que el futuro «es
imprevisible y la Historia no está escrita en las estrellas».
Ayer
mismo, recordaba que el marxismo de Hobsbawm estaba tamizado de un
cierto relativismo y que fue coherente hasta su muerte sabiendo
distinguir entre el oficio de historiar y sus deseos o creencias
ideológicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario