jueves, 21 de abril de 2011

LOS WIKILEAKS DE LA ARQUEOLOGÍA

Contraportada del libro de J. P. Payot

Ricardo González Villaescusa


El 17 de octubre de 2010 dábamos cuenta del libro La Guerre des Ruines del que ahora publicamos una reseña.

Jean-Pierre Payot, La guerre des ruines. Archéologie et géopolitique, Paris, Choiseul, 2010, 518 páginas.

El autor nos sumerge a través de una gran variedad de ejemplos bien documentados en los entresijos de la relación existente entre la arqueología y su corolario (las ruinas, los restos, los objetos...) y el territorio como soporte de la identidad nacional.

Se trata de la construcción de la historia de un territorio, de una nación, desde el suelo; de una reconstrucción estratigráfica de las identidades inscritas en los territorios. La arqueología supone el lazo entre la historia, el pasado y la patrimonialización, o lo que es lo mismo, ese mismo pasado erigido en símbolo de la memoria colectiva de un pueblo, de una nación que, por medio de un acto político, considera los restos dignos de conservación para las generaciones futuras. Es la fábrica del “derecho histórico”. El libro es el relato de la instrumentalización de una ciencia que, como recuerda P. Bordieu para las ciencias sociales en general, es demasiado importante, son demasiado acuciantes para la vida social y el orden simbólico, como para concederles el mismo grado de autonomía que a otras ciencias o como para otorgarles el monopolio de la producción de la verdad[1].

Memoria y arqueología

Si el espacio[2], como la nación, son construcciones sociales, no lo es menos el pasado. Olvido y memoria, anverso y reverso de la misma moneda, son el epicentro de estas construcciones. Se trata de aprovecharse del prestigio del pasado. Pero, mientras las fuentes escritas de la historia, apoyan estas construcciones, los vestigios, la materialidad, que ofrecen las ruinas y la arqueología como método privilegiado para su interpretación, proponen pruebas “inatacables” bien enraizadas en la tierra. P. Ricœur nos recuerda que "es la relación entre significación fenomenológica de la imagen-recuerdo y la materialidad de la huella (...) [la huella] tiene valor de signo: para pensar la huella hay que pensarla a la vez como efecto presente y como signo de su causa ausente[3]. Esa es la plusvalía de los testimonios materiales en relación con las fuentes escritas.

La construcción nacional y la integridad del territorio

Vercingetorix
Ese enraizamiento de los restos concede a la arqueología una ventaja mayor en la construcción social del espacio del que hablábamos: el desafío consiste en probar la primacía de la ocupación del espacio, nos dice el autor. La excavación y la ruina aportan un corpus de pruebas a un “derecho histórico” sobre el espacio.
Hermannsdenkmal

Desde los primeros capítulos el autor nos muestra que, desde los siglos XIX y XX, la arqueología contribuyó al nacimiento de la nación y del territorio, a la génesis de un espacio de soberanía validado por la arqueología. Un marco ideológico, el nacionalismo, avalado por una “ciencia” en una época en la que impera el positivismo. Desde la batalla de Alesia y Vercingetorix con la estatua del jefe galo (1866 con Napoleón III) para Francia, pasando por la gigantesca estatua de Arminius -Hermannsdenkmal-  (terminada en 1875 gracias a la financiación de la Alemania de Bismarck) y la clades variana, hasta la estatua de Boduognat en Amberes (1861 con el primer rey de los Belgas, Leopoldo I), así como el reciente descubrimiento del "tesoro de Ambiorix, rey de los Eburones"[4] en Beringen, Don Pelayo  y España… La lista es interminable.

Boduognat en Amberes
En este ambiente cultural, la arqueología, la "más nacional de todas las ciencias" y una de las profesiones que más ha contribuido al pluriempleo en los servicios secretos, cristalizaría en una corriente en la que convergían etnia, territorio y cultura arqueológica, las tesis de Gustaf Kossina (1858-1931). El concepto de mosaico de culturas (Kultur-Gruppe) y la Siedlungsarchäologie, el embrión de lo que hoy llamamos arqueología espacial, asociando espacio, territorio y artefactos. Aunque hoy en día esas teorías se encuentran muy lejos de las prácticas explícitas de los arqueólogos, al menos en su expresión políticamente correcta, la instrumentalización de los trabajos arqueológicos de que trata el libro encuentra sus fuentes de inspiración en ese fondo teórico. 

Estatua de Ambiorix en Tongres
Pues, como demuestra J. P. Payot ¿no obtienen todos los actores de la arqueología su interés recompensado en todos aquellos conflictos territoriales que basan su argumentación en la arqueología? ¿Los indígenas americanos y la extrema derecha americana, en el hallazgo del hombre de Kennewick en Washington? ¿Los arqueólogos y la Federación Rusa de la mano del ultranacionalismo ruso en torno a la ciudad de Arkaim al sur de los Urales y al norte de la frontera de Kazakstán? ¿El gobierno turco borrando el pasado ortodoxo y cristiano del suelo de Chipre? ¿Los griegos reclamando los frisos del Partenón? ¿El conflicto indo-musulmán de Ayodhya en torno al templo hindú y la mezquita? ¿El retorno a Etiopía del obelisco de Akxum llevado a Roma por Mussolini...?

Estatua de Pelayo en Covadonga
En el capítulo L'archéologie du divin se despliega un abanico de ejemplos sobre la interrelación entre religión y geopolítica. La arqueología del estado de Israel al servicio de la primacía de la presencia judía en Palestina, que no es otra cosa que la cuestión del control del territorio y su legitimación. Del otro lado, del de la autoridad Palestina, el mismo recurso a la arqueología como argumento cuando se lee que Y. Arafat replicaba que las excavaciones realizadas no permitían defender la evidencia de la gran ciudad de Jerusalén del relato bíblico y que en época del rey David sólo sería una aldea. Continúa el autor con los conflictos en torno a las excavaciones realizadas en la mezquita de al-Aqsa en 2007 y los intentos de judaizar Jerusalén y otros ejemplos, a los que añadiríamos el de la sepultura de Herodes encontrada por el arqueólogo Ehud Netzer en el corazón de los territorios ocupados[5].

Las piezas ausentes de la soberanía

Los objetos reclamados se convierten para J. P. Payot en las piezas ausentes de la soberanía ejercida sobre un territorio. El ejemplo más conocido es el de los frisos del Partenón, pero el autor nos cuenta también el del obelisco de Akxum, el del tesoro de Troya (con Turquía, Alemania y Rusia en liza), entre otros. Normalmente se trata de objetos sustraídos en el período colonial y que, tras la descolonización, los nuevos países intentan "completar las piezas ausentes de la panoplia simbólica de la soberanía (...) un material de soberanía que afecta, por su fuerza identitaria y su impronta territorial, al control simbólico de un territorio" (p. 71). Como afirma el autor, los estados concernidos no pueden renunciar a los vestigios que reclaman pero el rechazo de las antiguas potencias revela una posición neocolonial sobre sus antiguas colonias. ¿No es precisamente una prueba de esa diferente relación la nueva actitud de China en relación con los objetos sustraídos en el palacio imperial de verano y su nueva posición en el tablero de la geopolítica mundial?

¿Y en Francia?

En el último capítulo el autor aborda un tema que no consigue redondear como los anteriores. Es probable que sea temprano para abordar un sujeto tan delicado y reciente como el de los desafíos geopolíticos de la arqueología preventiva, lo cual merecería una investigación y una publicación por sí mismas. De todas formas, el autor anuncia explicaciones sugerentes. Sobre el origen de la arqueología en Francia y la opción liberal en que prevalecerá el derecho a la propiedad privada, la tardía implantación de un control sobre la actividad arqueológica, solamente a partir de la existencia de un régimen fuerte como el de Vichy y la consiguiente ley Carcopino...

Pero, aunque incompleto y apenas esbozado, lo que parece más interesante son las cinco páginas dedicadas a la arqueología preventiva hoy. El autor ubica la arqueología que representa la mayor parte de las intervenciones arqueológicas en Francia, la preventiva, en los desafíos de la geopolítica pues el territorio se ve inmerso en una relación de fuerza sobre la utilización del territorio, entre los promotores, privados o públicos, y los arqueólogos que intentan devolver de forma "inteligible la memoria del territorio" à la sociedad. Existe, pues, una legítima reivindicación de los distintos actores a actuar sobre el territorio, haciendo de nuestra ciencia, una "ciencia sensible". Como se ha dicho, el autor apenas se adentra en los problemas de la arqueología hoy y en suelo nacional pero algún día habrá que detenerse en detalle en este tema candente.

En síntesis, se trata de un libro que tiene el mérito de poner en valor un aspecto que, aunque conocido  del público especializado, es formalizado y enriquecido con plenitud de detalles (excesivos por momentos y que poco aportan en ocasiones a la tesis central). Hay que señalar que bajo la misma etiqueta enjeu géopolitique "objetivo geopolítico" el autor incluye  todos los ejemplos y sería recomendable que hubiera jerarquizado esos objetivos geopolíticos pues todos no representan la misma consecuencia política y los mismos planteamientos por parte de los diferentes actores implicados. Por otra parte, en ocasiones se observa cierta confusión entre los conceptos, pues si bien arqueología, ruinas, excavaciones, objetos, monumentos y patrimonio son, a veces,  equivalentes, no siempre es así. 
 
Si, como afirma A. Micaud[6], el patrimonio no existe en sí, y solamente una decisión política, colegiada y desde instancias con poder decisorio, selecciona qué merece ser protegido y qué merece ser conservado para las generaciones futuras. Al lado de las ruinas destacadas por esa decisión, el mismo poder puede olvidar otras que no interesa "patrimonializar" a causa de su significación de éstas en el territorio. Por otra parte, los "vertederos" de la historia, las fosas comunes de las carnicerías de las recientes guerras que necesitan de los métodos y técnicas propias de la arqueología no siempre son cuestiones relacionadas con un problema de soberanía territorial o, siquiera patrimonial, sino con un “deber de memoria” como dicen los franceses o con la “recuperación de la memoria” como decimos en nuestro país. Al contrario, las excavaciones de las fosas de ajusticiamientos arbitrarios poco tienen que ver con la aspectos territoriales sino que pretenden acabar con la confusión de la soberanía de un estado nación y la soberanía democrática de un pueblo. Como afirma M. Cuillerai[7], la relación entre historicismo y nacionalismo "ya no permite volver a una identidad que se constituye a partir de la historia nacional".

En definitiva, un libro que abre una nueva temática de investigación.


[1] P. Bourdieu, El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad, Barcelona, Anagrama, 2003.
[2] M. Lussault, L'Homme spatial. La construction sociale de l'espace humain, Paris, 2007.
[3] P. Ricœur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, Paris, 2000.
[4] E. Warmenbol, La Belgique gauloise. Mythes et archéologies, Bruxelles, 2010.
[5] R. González Villaescusa, La tumba de herodes, el santo grial y el arca de la alianza,  Apuntes de Ciencia y Tecnología nº 23, junio 2007, p. 21-23.
[6] A. Micaud, La patrimonialisation ou comment redire ce qui nous relie (un point de vue sociologique), in Réinventer le patrimoine. De la culture à l’économie, une nouvelle pensée du patrimoine ? L’Harmattan, Paris, 2004, p. 81-96.
[7] M. Cuillerai, L'irreconcilié: histoire critique aux marges de l'amnistie, in S. Wahnich, (dir.). Une histoire politique de l'amnistie, Paris, 2007, 103.

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