martes, 26 de enero de 2010

ENSAYO DE VALORACION PAISAJISTICA DE LA PUNTA

Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, Territorio y Vivienda, 21 de junio de 1998

El medio físico en el que se encuentra La Punta es el de una llanura llitoral mediterránea típica, con una costa de restinga, o cordón litoral, de arena o de cantos rodados que impide la evacuación de las aguas continentales. Los ejemplos más próximos de esta restinga es el emplazamiento de Nazaret, o la propia dehesa de El Saler que constituye ese cordón litoral. Por detrás, tierra adentro, se encuentra una gradación de albuferas, de marjales y aiguamolls, que son la consecuencia combinada de distintos factores: 1) La llegada de aguas de escorrentía. 2) La presencia de manantiales, ullals o brolls que manan agua. 3) La débil profundidad a que se encuentra el nivel freático (en ocasiones, tan sólo a unos centímetros del suelo en invierno).

Todos estos factores actuando conjuntamente generan humedades costeros que tienen un gran interés paisajístico y ecológico, y que han sido objeto de explotación desde la antigüedad por los productos complementarios que ofrecen para la economía campesina (pastos naturales, juncos para cestería, caza, pesca…). Pero el interés de estos terrenos también reside en que tras los trabajos de avenamiento y acondicionamiento adecuados, suponen un aumento de la superficie cultivada. Estos fenómenos suelen ir ligados a la transformación de una economía campesina de subsistencia, a una agricultura de intercambio de productos comercializables, contexto más favorable a la presencia de poderes fuertes, capaces de ejercer un control sobre los individuos y las colectividades.

La zona de La Punta participa de todas estas características y ofrece un paisaje agrario típico de drenaje de una zona húmeda. Es conocido que las zonas húmedas de la Albufera se extendían hasta las mismas puertas de Valencia, en Russafa, donde a finales del siglo XVIII, Cavanilles aún comentaba que su término era «en partes aguanoso, donde se cultivan arroces».

Formando parte de la misma zona, se encuentran los francos, marjales y extremales de la huerta de Valencia. Este espacio se encontraba yermo a finales del siglo XIV, y Pedro IV de Aragón dispuso en 1386 que fuera puesto en cultivo de nuevo. Si prestamos atención al texto de esta disposición puede apreciarse que se trata del drenaje de una zona que ya había sido desecada previamente, origen que podría retrotraerse, hipotéticamente, a época islámica: «Una gran partida de tierra huerta, bajo los lugares de Ruzafa, Alfafar y otros, se había convertido marjal y yerme, especialmente por haberse cegado las acequias, brazales y escorredores de las aguas, al no haberse limpiado y compuesto según se debía y antiguamente se hacía, por miseria y trabajo de las gentes, disminuidas en número y poder a causa de las guerras, mortalidad y otras adversidades pasadas».

Los labradores que se asentaran en esta zona estarían exentos del pago del diezmo durante diez años (hasta 1400), franquicias que dan lugar al nombre de francos. Para el riego, la zona recibe los sobrantes, los excedentes, de las acequias de Favara y Rovella, de donde la denominación de extremales. La acequia de Rovella también riega una buena superficie agrícola que ocupa desde la salida de la ciudad, pasando por Monteolivete, Nazaret y La Punta.

Los límites de los francos, marjales y extremales coinciden con una forma de los campos típica de zonas anfibias que recuerda las desecaciones de otras llanuras litorales del Mediterráneo. Los drenajes consisten en simples zanjas por debajo del nivel de los campos, para absorber la humedad y canalizar el agua excedentaria en la dirección deseada. Una vez desecada la zona, los mismos drenajes sirven para regar los campos, canalizando tanto la humedad remanente como el agua de las fuentes (la Fuente de San Luis ofrece el topónimo más característico de la zona). Normalmente, el drenaje principal se encuentra en la cota inferior, recibiendo el agua de los drenajes secundarios y de los sobrantes de las acequias. Esto da lugar a un paisaje agrario característico donde las acequias- escorredor no sólo dispersan el agua por los campos, sino que también sirven de recogida y concentración de las aguas para evacuarlas a la costa o a la laguna costera.

En la zona se identifica una serie de grandes colectores que la atraviesan prácticamente en su totalidad, desde la zona más alta de la Albufera (por ejemplo, la acequia del Tremolar, topónimo que evoca la inestabilidad, el temblor que se produce al pisar las zonas pantanosas). La acequia del Vall, la acequia del Rey, el comú de Momperot o Comunot también son buenos ejemplos. El resto de las acequias depende en distintos grados de estos grandes ejes y, normalmente, vierten sus aguas a las anteriores.

El eje principal que articula todo el espacio de los francos, marjales y extremales es el camino de la Font d’En Corts, que se ubica en la cota más deprimida de este espacio, teniendo en cuenta el microrrelieve que afecta a la zona. Este eje recibe las aguas de la mayor parte de las acequias de la zona, convirtiéndose, el final de su trazado, en la acequia del Vall, que desagua en la acequia del Petxinar que, a su vez, lo hace en la del Tremolar, y ésta en la Albufera.

En el interior de esta estructura las parcelas se organizan de manera que se facilite la evacuación del excedente de agua. Suelen ser alargadas y buscando la misma orientación de la pendiente para que, por sus extremos, puedan verterse las aguas al drenaje más próximo.En Ibiza se conocen con el nombre de feixas, y en el Languedoc se les llama faissas, porque su forma recuerda las de una faja alargada, que en latín se llama fascia.

Para finalizar, sólo quiero insistir en que un conocimiento derivado de la ciencia básica o histórica puede (debe) ser un útil de gestión del territorio de vital importancia. El estudio en que participé para estudiar ses feixes de la huerta de Ibiza puso en evidencia que la especulación de los años sesenta-setenta y el abandono de la huerta de Ibiza había conllevado la obturación de algunos de los drenajes principales que conducían las aguas de lluvia al mar. Las inundaciones que afectaron a Ibiza en los años ochenta no pueden ser ajenas a la decadencia, abandono y agresión al sistema de drenaje, tal y como debió de ocurrir con la zona de francos, marjales y extremales, cuando Pedro IV recordaba en 1386 que el abandono del antiguo sistema la había vuelto marjal y yerma. No es mi intención en esta ocasión terciar en el debate sobre la conveniencia de construir la ZAL en La Punta, otros ya lo han hecho con criterios más oportunos que los míos. Pero si La Punta va a ser sacrificada, y en esta ocasión sí que sería el último mohicano de una forma de vida (La huerta de Campanar, un enfermo terminal, Territorio y Vivienda, 17-5-1998), qué vamos a dejar a las generaciones futuras. ¿Será necesaria, dentro de unos decenios, la construcción de un parque temático que tenga como hilo conductor el de la huerta? Donde cupiera la función del labrador-conservador que todas las mañanas acudiera a atender sus campos. Como complemento, se podría colocar, aquí o allá, unos ninots labradores en pétreas posturas que ilustraran a los críos cómo se trabajaba de sol a sol para producir, antaño, lo que ellos comerán en píldoras; porque suponemos que alguien está investigando qué vamos a comer tras acabar con las tierras agrícolas, por activa —la ZAL o Campanar— o por pasiva —la desertización que amenaza a todo el mundo.

Quiero insistir sobre la necesaria comprensión del paisaje de La Punta en dos dimensiones: espacial y temporal. En primer lugar, es imprescindible analizar y conocer el medio físico y medir el impacto ambiental que va a producir la remoción del paisaje que se nos anuncia, a corto, medio y largo plazo. No es baladí si consideramos los efectos de una mala gestión del territorio en el caso citado de Ibiza.

En segundo lugar, es indispensable conocer la dimensión temporal, histórica y patrimonial de nuestros paisajes históricos. El avance imparable del progreso y del desarrollismo mal entendidos hace necesario que se le preste mayor atención al patrimonio que a mayor velocidad desaparece sin que nadie mueva un dedo por evitarlo. Tras la reciente aprobación de la ley del patrimonio valenciano, se me hace difícil entender cómo algunos políticos valencianos no han sido más reivindicativos con las esencias y los rasgos más propios del patrimonio local: los paisajes de regadío. Me consta que fue rechazada una enmienda a la ley, redactada a partir de mis investigaciones, que definía el contenido conceptual de la figura paisaje histórico protegido. Quizá era pedir demasiado que, por una vez, en ese aspecto, nuestra legislación fuera a la vanguardia de Europa.

La investigación histórica, y las humanidades en general, no puede ser ajena a los problemas más actuales y a los retos, por difíciles que sean, del futuro. Si desconocemos de dónde venimos, cómo vamos a saber a dónde vamos, por más que nos encontremos en el euro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario