En el tránsito a la Alta Edad Media, a falta de nada mejor, obligado a extraer los materiales constructivos de entre las ruinas clásicas, en los cauces pedregosos de los ríos o de pequeñas canteras locales, empleándolos sin apenas elaborar, el “picapedrero” fue sustituido por el “albañil”.
Historia social y técnica de la producción arquitectónica. J.A. Quirós Castillo, 2001.
Omitiremos al paciente lector los ancestrales orígenes del adobe de las primeras civilizaciones del “creciente fértil”, simple mezcla de arcilla con paja moldeada y secada al sol. Será en la antigua Roma cuando los constructores desarrollen toda una innovadora práctica edilicia, surgida de los hornos y obradores alfareros (figlinae) repartidos por todo el imperio, identificados con sellos latericios (sigillum) de los propietarios o responsables de los mismos, susceptible de satisfacer de un modo prácticamente industrial, toda una amplia gama de material constructivo modelado en arcilla con forma de tejas planas (tegulae), curvadas (imbrices), baldosas de metrología estandarizada como los “bessalis” de dos tercios de pie (19,7 cm), los “sesquipedalis” de un pie y medio (45 x 45 cm) o los extraordinarios “bipedalis” (60 x 60 cm), de dos pies “pedes” romanos, o formas particulares como las “tegulae mammatae” con apéndices de apoyo, excepcional revestimiento murario reservado para crear aislantes cámaras de aire.
Tecnología cerámica de aplicación arquitectónica cuya genial invectiva pervive a través de la Historia del Arte en la modernidad de la magistral relectura de Moneo en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida o en la incomprendida escena de ladrillo desnudo del rehabilitado teatro de Sagunt de G. Grassi y M. Portaceli.
En cambio, la difusión del gótico mediterráneo en nuestro ámbito territorial comportará el afianzamiento del oficio artesano de “rajoler”, cuyas solicitadas manufacturas “ragola, teula e tota obra de terra”, desde comienzos del trescientos, fueron reguladas en su formato y precio por el Consell urbano mediante restrictivas normativas ordenancistas, recopiladas en los célebres Manuals de Consells. Incumbía la fiscalización del cumplimiento de las mismas al “Mustaçaf”, que custodiaba las medidas o moldes estipulados legalmente para ello, llegando a ostentar según F. Almarche los ladrillos destinados a la edificación de inmuebles municipales estampillas circulares con el escudo coronado de la ciudad, en forma de rombo o losange con barras, cuanto menos desde la segunda mitad del siglo XV.
“Know How” arquitectural de los alarifes y albañiles góticos cuya culminación cristalizó por primera vez en la Valencia de la centuria anterior en el ensamblaje de bóvedas de ladrillo tabicadas o “volta de barandat”, estudiadas por M. Gómez-Ferrer, alzadas sin apenas necesidad de cimbras con ladrillos puestos de plano, unidos con yeso, tendidos en dos capas con espeso intermedio de mortero de cal o en tres capas, con nervaduras de piedra o sin ellas.
Técnica bajomedieval que experimentó un revolucionario “revival” neogótico ya en el siglo XIX, asociando el ladrillo plano con elementos metálicos y el moderno cemento, de uso generalizado entre 1850-1860, de la mano de Rafael Guastavino Moreno (1842-1908), el arquitecto valenciano de mayor renombre mundial hasta la irrupción contemporánea de Calatrava, autor, entre otras muchas obras americanas, de la espectacular bóveda tabicada de ladrillos “voladores”, de 33 metros de luz, de la neoyorquina catedral presbiteriana de St. John the Divine, la estación del metropolitano de City Hall, el techo de la sala central de la Ellis Island o la Biblioteca Pública de Boston (1889), popularizando en los Estados Unidos el denominado Guastavino System, a prueba de incendios y aislante de ruidos (Suplementos de Levante-EMV. Territorio y Vivienda, 11-01-1998. Territorio y Medio Ambiente, 8-01-2006).
Elemento humilde dotado de magnificencia que otorga a las viviendas obreras, amparadas en las Leyes de Casas Baratas de 1911 y 1921, el ladrillo visto de tonos cobrizos que da nombre al edificio de la "Finca Roja" de Valencia del arquitecto Enrique Viedma, proyectado entre 1929 y 1930.
Bucle nostálgico o no, en el que encaja a la perfección la actual presencia de empresas azulejeras valencianas en la restauración de monumentos tan emblemáticos como la propia Alhambra de Granada (Levante-EMV, 4-04-1999) o la modernista Casa Vicens de Gaudí en Barcelona.
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