Levante-EMV, 6 de diciembre de 2009
Las especulaciones un lustro atrás sobre la repetición clónica de los fútiles bibelots del artista valenciano M. Valdés en el artículo de opinión “La Reina Mariana, Pessoa y el esclavo” (Levante-EMV, 23-12-2004) y el concepto de “obra única”, fijado desde el siglo XIX en un máximo de ocho copias como un instrumento para obstaculizar reproducciones industriales no autorizadas o falsificaciones, podrían estar ahora especialmente en boga con motivo de la iniciativa de arte en la calle “Auguste Rodin en Valencia” en la totémica Plaza del Ayuntamiento, comisariada no sabemos bien si por Hélène Marraud o por Noëlle Chabert del Musée Rodin de París. Dando puntual cumplimiento espacial a la definición de Arte de Nicolas Bourriaud como “presencia compartida” de objetos y espectadores. Por más que la pretendida modernidad rodiniana de mostrar magnas efigies al aire libre, parece olvidar el fecundo precedente de la estatuaria pública de la Roma antigua, que ornaba los foros de todas sus urbes.
Y ello sería así, precisamente sobre la base de que la figura singular de Eustache de Saint Pierre, perteneciente al trágico grupo escultórico “Los Burgueses de Calais”, que parece desbandarse en la explanada comunal dando la espalda a su contemporáneo Francesc de Vinatea (M. Rodríguez, 1993), deja ver semioculta en su base broncínea la inscripción grabada “Copyright BY MUSEE RODIN 1989”, precedido del sello en relieve FC propio del fundidor Coubertin.
Por lo que a pesar de la aparente confusión aportada por la fecha de 1887 consignada en la cartela informativa de esta figura monumental y los paradójicos más de setenta años transcurridos desde la muerte de su autor en Meudon (Francia, 1917), con arreglo a las internacionalmente difundidas disposiciones legislativas galas de 1957 en materia escultórica, no cabe otra consideración formal respecto a esta extemporánea copia rotulada como “Nº 8/8” que la de una moderna réplica o copia auténtica, si bien igualmente puede colegirse de un modo lapidario, que este Rodin (inv. S. 6141) no es una “prueba de autor”.
En este sentido y a modo de corolario, no podemos terminar estas disquisiciones sin al menos reseñar cómo la proliferación de experiencias expositivas mundiales próximas al arte-espectáculo, podría de algún modo contribuir a mermar aún más la capacidad crítica de los ciudadanos usuarios del arte público, deviniendo éstos en meros consumidores de iconos visuales mediáticos.
Menoscabo también del espectador de museos del que no escapan siquiera notables letraheridos como el propio escritor Enric Sòria, que en una reciente entrega de sus “Cartes de prop”, acabó por ser víctima inocente de un engaño sensorial, al creer erróneamente encontrarse ante la verdadera tabla flamenca del Juicio Final de Vrancke van der Stockt, en una de las vitrinas del Museu d´Història de València, cuando en realidad de lo que se trataba era pura y llanamente de una artificial copia fotográfica en color de tamaño natural.
Y ello sería así, precisamente sobre la base de que la figura singular de Eustache de Saint Pierre, perteneciente al trágico grupo escultórico “Los Burgueses de Calais”, que parece desbandarse en la explanada comunal dando la espalda a su contemporáneo Francesc de Vinatea (M. Rodríguez, 1993), deja ver semioculta en su base broncínea la inscripción grabada “Copyright BY MUSEE RODIN 1989”, precedido del sello en relieve FC propio del fundidor Coubertin.
Por lo que a pesar de la aparente confusión aportada por la fecha de 1887 consignada en la cartela informativa de esta figura monumental y los paradójicos más de setenta años transcurridos desde la muerte de su autor en Meudon (Francia, 1917), con arreglo a las internacionalmente difundidas disposiciones legislativas galas de 1957 en materia escultórica, no cabe otra consideración formal respecto a esta extemporánea copia rotulada como “Nº 8/8” que la de una moderna réplica o copia auténtica, si bien igualmente puede colegirse de un modo lapidario, que este Rodin (inv. S. 6141) no es una “prueba de autor”.
En este sentido y a modo de corolario, no podemos terminar estas disquisiciones sin al menos reseñar cómo la proliferación de experiencias expositivas mundiales próximas al arte-espectáculo, podría de algún modo contribuir a mermar aún más la capacidad crítica de los ciudadanos usuarios del arte público, deviniendo éstos en meros consumidores de iconos visuales mediáticos.
Menoscabo también del espectador de museos del que no escapan siquiera notables letraheridos como el propio escritor Enric Sòria, que en una reciente entrega de sus “Cartes de prop”, acabó por ser víctima inocente de un engaño sensorial, al creer erróneamente encontrarse ante la verdadera tabla flamenca del Juicio Final de Vrancke van der Stockt, en una de las vitrinas del Museu d´Història de València, cuando en realidad de lo que se trataba era pura y llanamente de una artificial copia fotográfica en color de tamaño natural.
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