lunes, 25 de enero de 2010

SEPULCROS DE CRISTAL


Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 16 de junio de 2009

La instalación hace algo más de un año en el Centre Arqueològic de l´Almoina, mención especial de los premios EMYA 2009 (Levante-EMV,12-05-09), de los irredentos huesos calcinados de un soldado sertoriano torturado, presentados entre penumbras un punto teatrales, se encuentra en el origen de algunas reflexiones profesionales de orden deontológico compartidas a lo largo de estos últimos años, que ahora se pretende ordenar, en la medida de lo posible, sobre los criterios sistémicos de los museos, en tanto en cuanto instituciones culturales, sobre la exposición pública de restos humanos.

En este sentido debe recordarse como las asociaciones profesionales de museos comenzaron a incorporar desde segunda mitad del siglo XX en sus estándares éticos a los restos antropológicos como “materiales sensibles”, merecedores de un tratamiento escrupulosamente respetuoso, a tenor del principio refrendado por el Código de Ética Profesional del International Council of Museums (ICOM) de 1986 en su capítulo III, punto 6, titulado “Responsabilidades profesionales respecto de las colecciones”, según el contenido sintético del cual: “Las investigaciones sobre dichos objetos, su instalación y conservación, deberán realizarse de forma aceptable, no sólo para los colegas de la profesión, sino también para todos aquellos que profesen una creencia, en particular los miembros de grupos religiosos interesados….. Además, el museo tendrá que responder con diligencia, respeto y sensibilidad a las peticiones de que se retiren de la exposición al público restos humanos”.

Todo lo cual en esencia es substancialmente válido entre aquellas confesiones religiosas que como el judaísmo hayan perdurado hasta hoy, si bien hasta el momento, no ha parecido inaceptable para nadie la mórbida presentación en numerosas muestras museísticas de las atormentadas improntas de cuerpos de los antiguos ciudadanos pompeyanos, plausibles correligionarios de extintos cultos esotéricos como los de Mitra, Isis o los de Cibeles y su paredro Atys, sepultados por las cenizas volcánicas.

Línea argumental asumida igualmente por la reciente “Declaración de Barcelona” sobre los antiguos cementerios judíos y en cuyo punto 4 se estipula: “El tratamiento de los restos aparecidos en necrópolis, cementerios o bien en tumbas individuales de carácter histórico, sea cual sea su tipología, antigüedad y adscripción cultural o religiosa, ha de hacerse con el máximo cuidado, garantías científicas y respeto al hecho de que se trata de restos humanos”.

Así, pueden traerse a colación ahora desde el propio ámbito cultural cristiano, dos casos concurrentes, aunque separados en el tiempo, como el de la reciente exposición “Jaume I. Memoria y Mito Histórico”, comisariada por los afamados historiadores del arte Felipe Garín y Joan Gavara, por cuyas salas del Centre del Carme desfilaron poco más de 8.000 personas (Levante-EMV, 19-01-2009), una de cuyas piezas artísticas, la singular caja funeraria gótica de madera pintada con las armas del obispo de Valencia Andreu de Albalat (1248-1276), consignaba de un modo contrariamente inusual en su cartela explicativa “Por respeto y decoro sus restos mortales se custodian en la Catedral de Valencia mientras tiene lugar esta exposición” o el de la tumba cubierta con una losa de vidrio del también obispo Justiniano, en la rehabilitada iglesia del siglo VI d.C. de la Cripta Arqueológica de San Vicente, materia en su día de las desatendidas objeciones religiosas de José Verdeguer, entonces director del semanario informativo de la Archidiócesis de Valencia a través de su comentario “Los huesos quebrantados del Obispo” (Iglesia en Valencia, 17-05-1998), en la que denunciaba “cierto aire morboso” de recurso escenográfico puesto en juego, manifestando textualmente “No es ésta la forma de tratar los restos de los antepasados, como si fuesen un objeto arqueológico sin más, o –lo mismo da- de atracción. Numerosas personas consultadas han estado de acuerdo: los huesos quebrantados deben reposar en paz en un sepulcro. Razones muy serias de respeto y fidelidad lo exigen” (sic).

Por más que la Iglesia Católica cuente con una dilatada tradición de ostentación visual de cadáveres santos en arcas cristalinas, como la del Papa Celestino V, ahora rescatada prodigiosamente intacta bajo los escombros en l´Aquila (Italia). Tradición funeraria occidental de la que por cierto no escapa ni la embalsada momia del propio Lenin, ubicada desde 1924 en su mausoleo de la Plaza Roja de Moscú.

Casuística que en última instancia no ha sido óbice para abonar una cierta perplejidad intelectual, salpicada de buenas dosis de relativismo cultural, ante la amplia aceptación social por el contrario y el clamoroso éxito internacional de visitantes –más de tres millones- de inauditos eventos científico-artísticos contemporáneos como “Bodies”, en el que se exhiben sin pudor cadáveres humanos reales, procedentes de China, sometidos a procesos de conservación poliméricos o la impactante muestra en curso del Egipci de Barcelona “Esquelets malalts”, que incluye la mítica momia aimara, proveniente de una de las “chulpas” de Tiahuanaco, de nuestro antiguo museo Paleontológico, traída a Valencia por Rodrigo Botet. Herederos plastificados aquellos de los “auto-iconos” del filósofo utilitarista Jeremy Bentham (1748-1832), cuyo esqueleto vestido se conserva en un armario de madera en el University College de Londres. Mortui viventes docent.Q.E.D.

No hay comentarios:

Publicar un comentario