Josep Vicent Lerma
Levante-EMV, 16 de junio de 2009
En este sentido debe recordarse como las asociaciones profesionales de museos comenzaron a incorporar desde segunda mitad del siglo XX en sus estándares éticos a los restos antropológicos como “materiales sensibles”, merecedores de un tratamiento escrupulosamente respetuoso, a tenor del principio refrendado por el Código de Ética Profesional del International Council of Museums (ICOM) de 1986 en su capítulo III, punto 6, titulado “Responsabilidades profesionales respecto de las colecciones”, según el contenido sintético del cual: “Las investigaciones sobre dichos objetos, su instalación y conservación, deberán realizarse de forma aceptable, no sólo para los colegas de la profesión, sino también para todos aquellos que profesen una creencia, en particular los miembros de grupos religiosos interesados….. Además, el museo tendrá que responder con diligencia, respeto y sensibilidad a las peticiones de que se retiren de la exposición al público restos humanos”.
Todo lo cual en esencia es substancialmente válido entre aquellas confesiones religiosas que como el judaísmo hayan perdurado hasta hoy, si bien hasta el momento, no ha parecido inaceptable para nadie la mórbida presentación en numerosas muestras museísticas de las atormentadas improntas de cuerpos de los antiguos ciudadanos pompeyanos, plausibles correligionarios de extintos cultos esotéricos como los de Mitra, Isis o los de Cibeles y su paredro Atys, sepultados por las cenizas volcánicas.
Línea argumental asumida igualmente por la reciente “Declaración de Barcelona” sobre los antiguos cementerios judíos y en cuyo punto 4 se estipula: “El tratamiento de los restos aparecidos en necrópolis, cementerios o bien en tumbas individuales de carácter histórico, sea cual sea su tipología, antigüedad y adscripción cultural o religiosa, ha de hacerse con el máximo cuidado, garantías científicas y respeto al hecho de que se trata de restos humanos”.
Así, pueden traerse a colación ahora desde el propio ámbito cultural cristiano, dos casos concurrentes, aunque separados en el tiempo, como el de la reciente exposición “Jaume I. Memoria y Mito Histórico”, comisariada por los afamados historiadores del arte Felipe Garín y Joan Gavara, por cuyas salas del Centre del Carme desfilaron poco más de 8.000 personas (Levante-EMV, 19-01-2009), una de cuyas piezas artísticas, la singular caja funeraria gótica de madera pintada con las armas del obispo de Valencia Andreu de Albalat (1248-1276), consignaba de un modo contrariamente inusual en su cartela explicativa “Por respeto y decoro sus restos mortales se custodian en
Por más que
Casuística que en última instancia no ha sido óbice para abonar una cierta perplejidad intelectual, salpicada de buenas dosis de relativismo cultural, ante la amplia aceptación social por el contrario y el clamoroso éxito internacional de visitantes –más de tres millones- de inauditos eventos científico-artísticos contemporáneos como “Bodies”, en el que se exhiben sin pudor cadáveres humanos reales, procedentes de China, sometidos a procesos de conservación poliméricos o la impactante muestra en curso del Egipci de Barcelona “Esquelets malalts”, que incluye la mítica momia aimara, proveniente de una de las “chulpas” de Tiahuanaco, de nuestro antiguo museo Paleontológico, traída a Valencia por Rodrigo Botet. Herederos plastificados aquellos de los “auto-iconos” del filósofo utilitarista Jeremy Bentham (1748-1832), cuyo esqueleto vestido se conserva en un armario de madera en el University College de Londres. Mortui viventes docent.Q.E.D.
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