domingo, 24 de enero de 2010

LA REINA MARIANA, PESSOA Y EL ESCLAVO

Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 23 de diciembre de 2004

“El arte es la organización de presencia compartida entre objetos, imágenes y gente”.
( Nicolas Bourriaud. Esthetique relationnelle. Presses du réel. Paris. 1998)

La relativamente reciente instalación en el número 26 de la calle de San Vicente de la broncínea “menina” en bulto redondo de Manuel Valdés, cosmopolita valenciano asentado en la gran manzana objeto de un previo artículo de opinión titulado “La Dama Ibérica, Valdés y Valencia” (Levante-EMV, 30-6-04), de cuya posesión podría vanagloriarse cualquier contenedor museístico contemporáneo, donada en enero del 2004 a la ciudad por el evergetismo del grupo de empresas inmobiliario Juan Bautista Soler, previo pago de la nadería de poco más o menos 100.000 euros –la filial monegasca de la galería Marlborough dixit-, una auténtica bicoca si se compara con los 107 millones de las antiguas pesetas de la descomunal efigie velazqueña de la rotonda de Alcobendas (2000), al margen de su idoneidad en relación a los ejes de circulación peatonal de esta histórica calzada, heredera de la mítica vía Augusta, faculta el repensar de un modo epistémico ponderado los nexos topográficos y semióticos entre los diferentes volúmenes artísticos del ornato urbano (texto) y los escenarios ciudadanos donde se insertan (contexto).

En otras palabras, así como la monumental cabeza cubista de Blasco Ibáñez de Nassio Bayarri de 1998 se integra física y moralmente en los paisajes primigenios de la plaza del Porxets del carismático escritor y “homenàs” valenciano, no parece suceder otro tanto con la posmoderna relectura del ex Equipo Crónica de la Reina Mariana de Austria de Velázquez, icónica figura de la Historia del Arte sin rostro formal impostada en la prístina necrópolis de la Boatella, de cuyas entrañas se exhumó paradójicamente el único retrato funerario de una niña romana conocido en Valencia, cuya relación última con esta castiza calle de Ciutat Vella escapa al común de los mortales.

La orfandad de enraizamiento con su entorno, a diferencia de la escultura sedente de Pessoa en el Chiado lisboeta, podría transmutar perniciosamente esta paradigmática manufactura valdesiana, aún a riesgo de incidir en la un tanto agraria opinión que no puede compartirse del erudito coleccionista Pere Maria Orts (“Colecciones y mecenas valencianos”. Posdata, Levante-EMV, 21-7-00) de que “es un esquellot, un cencerro para una vaca” (sic), en un nuevo artefacto del cada vez más abigarrado mobiliario urbano, de un modo similar a cuanto sucede con los insólitos onanistas “bancos unipersonales” de la calle de Alboraia.

En esta misma línea argumental, el Consell Valencià de Cultura estima que algunas esculturas públicas, según su vicepresidente Ramón de Soto pueden llegar, como en el caso de los anónimos “anzuelos” de la rotonda de la pista de Silla, a “degradar el paisaje” circundante (Levante-EMV, 1-2-2003) y en relación con el mobiliario urbano en general, ha dictaminado que éste “sea siempre acorde con el respeto al entorno” (Levante-EMV, 1-11-2003). Y si como quiere Moneo “el lugar explica la arquitectura”, otro tanto cabría predicar con respecto a la escultura pública, o acaso podríamos concebir honestamente “El Peine del Viento” de Chillida en otro lugar distinto del roquedal de Ondarreta o el “Génesis” de Camín en un predio diferente al de su Gijón natal.

En otro orden de cosas, si bien la reproducción mecánica por moldeado de hasta ocho copias de una escultura original se considera desde la época de Rodin como “obra única”, y en este sentido puede reseñarse como corolario el “Newton” de Dalí que Madrid comparte en las antípodas con Singapur, sin olvidar el ejemplar propiedad de la peregrina Fundación Capa de Arganda del Rey, el carácter clónico de la nueva menina de nuestra vieja calle del Mesón de Teruel, subsumida en la de San Vicente, con la del ignoto municipio murciano de Ceutí, podría en alguna medida no conferirle la misma altura en cuanto a excelencia artística que la obra prácticamente irrepetible, al albur de sus particulares técnicas escultóricas, de Miquel Navarro, Andreu Alfaro o José Sanleón, de cuyo “Esclavo” sacrificado performánticamente a las puertas del IVAM en el año 2000, se conjetura en los mentideros electrónicos que podría custodiar alguno de sus pedazos el conocido coleccionista Tomás Ruiz.

Obra esta última, que ilustra bien el rechazo y el boicot en su día de algunos vecinos y creadores de opinión al impuesto emplazamiento de la misma en la calle Pie de la Cruz, con su consiguiente deterioro físico, por más que su creador asegurara de un modo indulgente que “me adapté al espacio” (Levante-EMV, 18-3-00).

A modo de conclusión, de todo ello y especialmente de las recomendaciones implícitas del Consell Valencià de Cultura, se colige la necesidad de un Consejo Social operativo en lo tocante a la calidad y la ubicación de los monumentos públicos de la ciudad, en el que participen tanto los responsables de las administraciones competentes, como acreditados expertos en la materia y cualificados representantes de los colectivos ciudadanos concernidos, que permitan superar definitivamente oscurantistas episodios de exclusión cultural como el sufrido por el olvidado “Joanot Martorell” del ceramista Enric Mestre para la Plaza de la Reina, objeto del más hosco veto por parte de la ex unionista García Broch.

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