Ricardo González Villaescusa
Levante-EMV, Territorio y Medio Ambiente, 6 de marzo de 2005
No me cansaré de repetir, como vengo haciendo desde hace años y en esta misma sección, que los paisajes deben ser valorados, utilizados para la ordenación del territorio y, en última instancia, cuando no puede hacerse otra cosa, antes de su definitiva desaparición, éstos deben ser inventariados y documentados como cualquier elemento del patrimonio que desaparece ante el inevitable avance del desarrollo, como quiera que se entienda éste.
Lo hice en 1998 y hace muy poco se me brindó de nuevo la posibilidad de seguir haciéndolo. También decía en una reciente mesa redonda, celebrada en Cullera en torno al proyecto de urbanización de la Bega, que los arqueólogos acabamos teniendo complejo de forenses al dictaminar la muerte clínica de espacios y yacimientos destinados a pasar a mejor vida y que, finalmente, tomamos unos cuantos datos para aliviar la conciencia del progreso y dejar constancia de la existencia de un testimonio más de las sociedades del pasado. Una verdadera gestión de lo patrimonial sería poder disponer de todos esos datos previamente (patrimoniales, paisajísticos, paleoambientales…) de manera que cuando un promotor privado o público se dispusiera a ordenar un territorio, pudiéramos plantear alternativas sostenibles y viables que consensuaran todos los intereses en juego con el conveniente debate científico y social.
Ya se ha expuesto con otros criterios en el marco adecuado que no pueden compartirse las razones que conducen a la urbanización de la desembocadura del Xúquer. Pero en esta ocasión, si el paciente acaba como todo parece indicar, parece oportuno recordar algunas de las señas de identidad que hacen que la Bega sea un paisaje singular merecedor, cuanto menos, de un tratamiento preventivo, como se defendió en Valencia para La Punta o Campanar, a pesar de su aciago final. Cualquiera que sea el futuro de los paisajes estamos obligados a que las plusvalías producidas por su urbanización generen, cuanto menos, conocimiento sobre los paisajes que destruye.
La Bega es un paisaje histórico, lo que no significa que sea un paisaje fijado en el tiempo, que no sea actual. Cuando se defiende la historicidad de un paisaje, se hace hincapié en dotarlo de un origen, evolución y estado actual que no es fruto sino de un devenir histórico. La historicidad (la Geschichtlichkeit en alemán) no tiene nada que ver con la nostalgia, sino el modo de ser de una realidad histórica cualquiera. En un artículo sobre La Punta en 1998 explicaba que había que dotar ese espacio de una partida de nacimiento, de los autores que lo crearon a nivel superestructural (la ciudad y la iglesia de Valencia) como de los nombres de los trabajadores que lo construyeron durante tres años y las personas que ocuparon un antiguo espacio deltaico convertido en tierras aptas para su cultivo; igualmente, se ponía en evidencia su valor económico, que lo situaba a la altura de monumentos urbanos como las torres de Serranos.
Paisaje histórico singular
Miquel Rosselló proponía (L’Expressió n.º 29, 2000, de Cullera) que la Bega era un paisaje histórico singular, cuya más remota mención la encontramos en el Repartiment, en el año 1249, cuando Martí Grau se asentaba en una donación que le había sido concedida en suerte: «[…] unes cases en el raval de Cullera, i un hort de tres fanecades [0,2 ha] a Bega, situat davant el raval […]». Noticia que permite intuir una cronología inicial islámica para esa unidad paisajística.
Desde la morfología de los campos se puede interpretar un sistema agrario típico de una zona deltaica: un sistema mixto de riego y drenaje donde los campos se encuentran a cota superior que las acequias que sirven de drenaje de las aguas excedentarias. De hecho, los accesos a las parcelas necesitan de pequeños puentes que permiten salvar la Acèquia dels Àngels, colector central de desagüe que se dirige al Xúquer.
Un análisis más detallado de la morfología parcelaria contribuiría no sólo a definir su funcionamiento, sino a precisar la estructura de ese sistema, formular hipótesis sobre la autoría y cronología del mismo por medio del análisis de la métrica agraria utilizada y el diseño de las parcelas. Las prospecciones permitirían documentar el sistema agrario en vías de desaparición para conocimiento de las generaciones futuras, así como aportar criterios de verificación de las hipótesis sobre su origen y desarrollo histórico.
Su documentación e interpretación aportarían suficientes elementos de reconstrucción virtual para que, una vez que haya desaparecido el paisaje y solamente sea memoria patrimonial, puedan formar parte de un centro de interpretación de la antigua Bega de Cullera.
No me cansaré de repetir, como vengo haciendo desde hace años y en esta misma sección, que los paisajes deben ser valorados, utilizados para la ordenación del territorio y, en última instancia, cuando no puede hacerse otra cosa, antes de su definitiva desaparición, éstos deben ser inventariados y documentados como cualquier elemento del patrimonio que desaparece ante el inevitable avance del desarrollo, como quiera que se entienda éste.
Lo hice en 1998 y hace muy poco se me brindó de nuevo la posibilidad de seguir haciéndolo. También decía en una reciente mesa redonda, celebrada en Cullera en torno al proyecto de urbanización de la Bega, que los arqueólogos acabamos teniendo complejo de forenses al dictaminar la muerte clínica de espacios y yacimientos destinados a pasar a mejor vida y que, finalmente, tomamos unos cuantos datos para aliviar la conciencia del progreso y dejar constancia de la existencia de un testimonio más de las sociedades del pasado. Una verdadera gestión de lo patrimonial sería poder disponer de todos esos datos previamente (patrimoniales, paisajísticos, paleoambientales…) de manera que cuando un promotor privado o público se dispusiera a ordenar un territorio, pudiéramos plantear alternativas sostenibles y viables que consensuaran todos los intereses en juego con el conveniente debate científico y social.
Ya se ha expuesto con otros criterios en el marco adecuado que no pueden compartirse las razones que conducen a la urbanización de la desembocadura del Xúquer. Pero en esta ocasión, si el paciente acaba como todo parece indicar, parece oportuno recordar algunas de las señas de identidad que hacen que la Bega sea un paisaje singular merecedor, cuanto menos, de un tratamiento preventivo, como se defendió en Valencia para La Punta o Campanar, a pesar de su aciago final. Cualquiera que sea el futuro de los paisajes estamos obligados a que las plusvalías producidas por su urbanización generen, cuanto menos, conocimiento sobre los paisajes que destruye.
La Bega es un paisaje histórico, lo que no significa que sea un paisaje fijado en el tiempo, que no sea actual. Cuando se defiende la historicidad de un paisaje, se hace hincapié en dotarlo de un origen, evolución y estado actual que no es fruto sino de un devenir histórico. La historicidad (la Geschichtlichkeit en alemán) no tiene nada que ver con la nostalgia, sino el modo de ser de una realidad histórica cualquiera. En un artículo sobre La Punta en 1998 explicaba que había que dotar ese espacio de una partida de nacimiento, de los autores que lo crearon a nivel superestructural (la ciudad y la iglesia de Valencia) como de los nombres de los trabajadores que lo construyeron durante tres años y las personas que ocuparon un antiguo espacio deltaico convertido en tierras aptas para su cultivo; igualmente, se ponía en evidencia su valor económico, que lo situaba a la altura de monumentos urbanos como las torres de Serranos.
Paisaje histórico singular
Miquel Rosselló proponía (L’Expressió n.º 29, 2000, de Cullera) que la Bega era un paisaje histórico singular, cuya más remota mención la encontramos en el Repartiment, en el año 1249, cuando Martí Grau se asentaba en una donación que le había sido concedida en suerte: «[…] unes cases en el raval de Cullera, i un hort de tres fanecades [0,2 ha] a Bega, situat davant el raval […]». Noticia que permite intuir una cronología inicial islámica para esa unidad paisajística.
Desde la morfología de los campos se puede interpretar un sistema agrario típico de una zona deltaica: un sistema mixto de riego y drenaje donde los campos se encuentran a cota superior que las acequias que sirven de drenaje de las aguas excedentarias. De hecho, los accesos a las parcelas necesitan de pequeños puentes que permiten salvar la Acèquia dels Àngels, colector central de desagüe que se dirige al Xúquer.
Un análisis más detallado de la morfología parcelaria contribuiría no sólo a definir su funcionamiento, sino a precisar la estructura de ese sistema, formular hipótesis sobre la autoría y cronología del mismo por medio del análisis de la métrica agraria utilizada y el diseño de las parcelas. Las prospecciones permitirían documentar el sistema agrario en vías de desaparición para conocimiento de las generaciones futuras, así como aportar criterios de verificación de las hipótesis sobre su origen y desarrollo histórico.
Su documentación e interpretación aportarían suficientes elementos de reconstrucción virtual para que, una vez que haya desaparecido el paisaje y solamente sea memoria patrimonial, puedan formar parte de un centro de interpretación de la antigua Bega de Cullera.
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