miércoles, 27 de enero de 2010

LOS NUEVOS USOS DE L'HORTA O LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 8 de abril de 2006

Las recientes y siempre ajustadas consideraciones de J. Lagardera sobre los potenciales nuevos usos de la Huerta han sido el acicate de estas líneas, redactadas con el ánimo encogido sobre su oscuro futuro y sin más pretensión que alentar el debate social sobre el mismo.


Existen afirmaciones que se dan por sentadas y que requieren de una reflexión en profundidad. ¿La agricultura de la Huerta es realmente inviable? ¿No es rentable económicamente? Como hacen los psicoanalistas, la respuesta bien podría ser otra pregunta: ¿con qué contrastamos su rentabilidad económica? Si lo hacemos respecto de la construcción y la especulación urbanística, es cierto que no existe punto de comparación... Pero si lo cotejamos con otras agriculturas (secano, rozas...) habrá que reconocer que es una de las agriculturas más productivas del mundo. Buena parte de las políticas de desarrollo avaladas por la FAO con posterioridad a la II Guerra Mundial pretenden convertir muchos de los espacios agrícolas del planeta en espacios irrigados al estilo de las huertas mediterráneas y, en particular, la de Valencia como modelo a imitar. En buena medida eso explica el interés que han suscitado los modelos técnicos y sociales que rigen la Huerta de Valencia entre los investigadores que desde el siglo XIX se vienen ocupando de estudiar las huertas en espacios áridos o semiáridos, como Thomas Glick y tantos otros.

Partiendo de esa premisa falsa se construye una mistificación sobre la bondad de un proyecto como Sociópolis en la pedanía de La Torre que pretende adentrar la Huerta en la ciudad, cuando, por más vueltas que se le dé, la intención no es otra que urbanizar la Huerta. La demagogia retórica es lo que tiene. Incluso, recientemente, la conselleria de Rafael Blasco se entrega con armas y bagajes, renunciado a todo viso de viabilidad y dando por desahuciado nada menos que el 50% de la Huerta subsistente, que ya es bien poca cosa, defendiendo sin ruborizarse un presunto modelo integrador en el desarrollo urbanístico del área metropolitana, ¿recuerdan aquello de incorporar la Huerta a la ciudad? (Levante-EMV, 6-3-2006).

Es cierto que la actividad agraria hoy no es relevante en el cómputo global de la economía de un país como el nuestro (aunque no conviene olvidar notorias excepciones como los ejemplares cultivadores de chufa de Salvem l'Horta de Alboraia), pero las soluciones deben ser casuísticas, focalizadas y consensuadas. Es posible que algunos restos del cinturón agrícola de la vieja colonia romana no sean rentables en los competitivos términos económicos actuales, pero ya advierte Ernest García sobre lo artificioso de pretender poner precio al medio ambiente. Es innegable, como hemos dicho en ocasiones, lo indeseable de un parque temático con labradores de figurantes o autómatas mecánicos, para que las generaciones futuras puedan ver cómo fingen que cultivan... Pero, de ahí a renunciar de plano por parte de quien más tiene que pensar por el futuro de ese espacio irrigado casi único en el mundo, existe una considerable distancia que no conviene transitar sin mayor viático, cuando a la par, no sin cierta ironía, se pretende postular al mítico Tribunal de las Aguas como patrimonio de la humanidad que, a este paso, habrá que catalogarlo en el mismo expediente que los dinamitados Budas de Bamiyán.


Por otra parte, aunque el problema es de carácter supraterritorial, los municipios afectados caen irremediablemente en el síndrome NIMBY, «no en mi patio trasero» y, claro, «ahora que no queda nada?», «ahora que ya está todo degradado? no vamos a gastar esfuerzos en conservar una Huerta que no es huerta ni es nada?». Tras la pérdida de la inocencia histórica, en realidad todos somos responsables, cuanto menos subsidiarios, de lo que ha sucedido hasta ahora, y en el momento actual la responsabilidad es aún mayor al no poder alegar ignorancia de las consecuencias de tales actitudes esquilmadoras.

Sabiendo que no existen bálsamos de fierabrás que puedan darse desde esta privilegiada tribuna, parece recomendable que cualquier procedimiento de análisis parta de una serie de premisas conceptuales, no excluyentes de otras muchas que deberán aportarse en cada caso particular.

En primer lugar, la Huerta es un sistema histórico, un conjunto de componentes de carácter patrimonial, etnológico, arquitectónico, agrológico, hidráulico, sociológico... pero todo ello, sin el territorio, sin la razón constitutiva, el territorium de una ciudad fundada allá por el siglo II a.C., es difícil que subsista más de dos mil años después...

En segundo lugar, la necesaria implicación en estos proyectos de los colectivos humanos afectados y de equipos multidisciplinares que valoren la rentabilidad real de esas porciones de territorio. Sin embargo, es imprescindible evaluar esa rentabilidad a la luz de externalidades positivas poco evaluables económicamente como, por ejemplo, el valor de un cinturón verde, no precisamente de cespitosas; la conservación de un modo de vida ancestral; o el valor añadido que pueden tener unos productos de agricultura tradicional y/o ecológica con denominación de origen (DO) propia, revitalizando y consolidando los vínculos entre cultivadores y clientes de la agricultura urbana. Reintroduciendo, de esta forma, los cultivos autóctonos en el circuito comercial de los mercados locales a través de locales de restauración con encanto, especializados en una gastronomía de calidad... Propuestas que se inspiran en los planteamientos de Herbert Girardet (Creando ciudades sostenibles) a la luz de ejemplos repartidos por todo el mundo de iniciativas por conservar o resucitar la franja periurbana dedicada a la agricultura para consumo local (numerosas ciudades de Estados Unidos, China, Malí o, incluso, el ¡Bronx! de Nueva York).

Pero una política de estas características necesita de una voluntad y un decidido esfuerzo económico, y social, comparable al que hacen las sociedades postindustriales por preservar sectores económicos industriales en retroceso como consecuencia de la globalización y la competencia de países emergentes. Es evidente que la Generalitat Valenciana no ha evaluado adecuadamente estos valores añadidos en su terminal modelo de integración.

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