Levante-EMV, 22 de enero de 2006
F. J. Puchalt Fortea, Identificación antropológica policial y forense. Valencia, 2000.
Parafraseando a Bill Clinton, uno no puede por menos que rememorar la entrañable biblioteca del benemérito Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) de la Diputación de Valencia a lo largo de los años sesenta y setenta del pasado siglo XX cambalache, donde los inolvidables maestros de la arqueología valenciana D. Fletcher Valls y E. Pla Ballester compartieron sin mojigatería alguna los espacios de sus mesas de trabajo personales con investigadores, estudiosos y aficionados, en la planta noble del magnífico palacio gótico de la Bailía de la castiza plaza de Manises.
Eventualidad que permitió a los entonces universitarios como el que suscribe estas líneas -ventajas de haber vivido, frente a vidas vacuas como peces de hielo sabinianos-, compartir promiscuamente imborrables horas de estudio, sucedidos e impagables anécdotas vitales como la de aquel día en que la que la bonhomía del recordado sobrino del erudito y diputado fundador del SIP Isidro Ballester Tormo, le recordaba al más que pacienzudo gran iberista valenciano don Domingo, el modo en que la Reina Católica inventó la guerra química al no consentir cambiarse de camisa hasta la rendición postrera de los moros de Granada o como en sus palabras “a tots els bobos els dóna pel mateix”, en socarrona alusión a los sugestionados descubridores de extraterrestres representados en las pinturas rupestres levantinas de la Cova de l´Aranya de Bicorp, esotéricos signos lapidarios, ciudades perdidas como Tyris o imaginarias fortalezas romanas (oppidum) del 212 a.C. en los muros del setecentista Palacio del Temple, puro “caldo de cap”, en línea con el vetusto cronista regnícola Beuter que atribuía la fabulosa excavación de la Albufera al propio Escipión.
Progenie no sometida a proceso de extinción alguno, sino todo lo contrario, que ha continuado proliferado y medrando entre nosotros en fechas menos alejadas gracias a ciertos papanatismos de campanario.
Baste recordar trapisondas mediáticas como la del iluminado matrimonio Lemieux de pretendidos hispanistas en busca de la tumba perdida de Luís Santángel en el convento de la Trinidad; el intento de venta a la inefable García Broch por parte de un presunto descendiente de este Escribano de Ración de los RR.CC. vecino de Algemesí, de un inverosímil medallón-reliquia, nada menos que de la Sábana Santa (Levante-EMV, 25-02-94), el “descubrimiento” de huellas de vértebras en este mismo Santo Sudario por miembros valencianos del Centro Español de Sindonología (Levante-EMV, 17-04-03), el apodo inaudito como “Dama de Paterna” de una arquetípica cabeza de un caballero con yelmo pintada en un plato del siglo XIV, exhibida sin rubor por media Europa por el Consorci de Museus -villa donde por cierto algunos desaprensivos utilizaron sin miramientos en 1997 cerámicas medievales para nivelar una paella-, la gótica testa pétrea del museo municipal de Vallada catalogada inicuamente como de época ibérica o las espurias inscripciones en lengua valenciana, dibujos, rostros de personajes grabados sobre meros pedruscos del cándido falsario José Gironés García, atrabiliariamente tenidas como de la dominación islámica, entre las que según la delirante crónica periodística de 1997 del plumilla Baltasar Bueno aparecía la figura de “Tumir” (sic), rey de Orihuela; escritura literalmente “cuniforme” (?) del año 1039; además de alucinados epígrafes naïfs como “Eskola aula ab valentsya”; la voluntariosa locución del “byspe” Elías: “Bon susyt, Ana, ya llyts be veu, Señor”, o la devota leyenda “Verxe Marya”, sobre la ingenua base de que “los documentos escritos pueden ser falsificados, pero las piedras no”, merecedoras del valioso tiempo y la atención “gótica”, en la feliz acepción de Jesús Civera, del propio Francisco Camps en su etapa de conseller de Cultura en 1997.
Capítulo privativo merecen algunos histriónicos personajes “free lance” o la desaprovechada vidente checa Vera Kalas, que con su péndulo bellota localizó con fe ciega el circo romano de Valentia, ahí es nada, bajo el museo de San Pío V y una nave romana cargada con los tesoros pertinentes para el pago de las legiones romanas en Hispania hundida frente a las costas de Puçol, donde se escondería el antiguo puerto de Sucronium (¿?).
Figura esta última, perteneciente a la afamada cofradía quiromántica de los radiestesistas, en la que se incluye igualmente el pertinaz cura zahorí de Altura, de eficacia probada en el rescate de mártires cristianos de la Guerra Civil, embarcado cual nuevo Jonás en la frustrada rebusca del manido sepulcro de San Vicente Mártir en el complejo monástico de La Roqueta (Levante-EMV, 14-12-02), que hasta el momento únicamente ha deparado un inoportuno esqueleto catalogado no sin cierta bien humorada retranca como “pre-musulmán”.
Además de la propincua congregación de los autodenominados peregrinos sufíes de la ruta de las estrellas, hipersensitivos a las energías subterráneas de los ocultos maqams (tumbas) de los wallis (santones), que pretendidamente ubican el féretro del maestro Moisés del siglo VIII, devoto fabricante de espardenyes, asombrosamente bajo la moderna fuente antropomorfa de la ermita de Santa Lucía de Valencia, obra de Gerardo Sigler.
Por último, no es posible terminar estas líneas escritas “animus iocandi” mediante, sin compartir con Andrea Carandini el magistral aforismo “no es necesario añadir imaginación a los sueños”.
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