martes, 26 de enero de 2010

LA CERÁMICA ROMANA DE LA PLAÇA DE LES AULES

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma


Levante-EMV de Castellón, 16 de enero de 1995

Llega a nuestras manos, no sin cierto retraso, una información publicada en Levante de Castellón el 26 de diciembre de 1994, en relación con la cronología romana de la fundación de Castellón. En ella se argumenta con endebles principios científicos que la ciudad de Castellón es una fundación romana; situación suscitada por la aparición de vajilla cerámica de esta fecha y condición cultural en Les Aules. Si bien este argumento positivo es sólido e irrefutable, pues la aparición de objetos de una determinada antigüedad fecha los estratos y lugares donde éstos son encontrados, las consecuencias derivadas del mismo son de rigor científico dudoso. La aparición de cerámica de una fecha determinada sólo indica que en ese lugar hubo una presencia del grupo cultural que la produjo, pero esa actividad queda por definir mientras no se encuentren los contextos arquitectónicos ligados a la misma. En otras palabras, la cerámica romana podemos encontrarla en barcos romanos hundidos en el Mediterráneo; en ciudades del mismo origen; en villas y establecimientos rurales; pero también en colecciones museísticas de los Estados Unidos; y allí nunca llegaron los romanos del siglo I o II d. de C.
En resumen, para defender una ciudad romana en el subsuelo de Castellón de la Plana, se nos antoja imprescindible encontrar vestigios, cuanto menos denotativos de la actividad urbana de esa urbe: viviendas, calles, edificios públicos, y un largo etcétera que sí encontramos en otras ciudades de la zona como Valencia, Sagunto o Llíria.
Como, a juzgar por el artículo, no es este el caso los argumentos a favor de una Castellón romana se buscan en una ciencia auxiliar: tan ambigua como es la metrología; y tan recurrida cuando no existen más argumentos. J.P. Adam (conocido especialista de la arquitectura romana) demostró en Le Passé recomposé : chroniques d'archéologie fantasque (Paris, 1988) la inconsistencia de las demostraciones metrológicas al uso entre la pseudociencia esotérica, y con complicados cálculos matemáticos, puso en evidencia que el kiosco próximo a su casa de París, estaba cargado de una fuerte significación simbólica, apoyándose exclusivamente en los cálculos generados por las dimensiones básicas de esa construcción (del estilo: altura / anchura*pi = a la distancia entre la luna y el sol en momentos de plenilunio, lo que nos remitiría, sin la menor duda, a la época de las cruzadas y al grial en menos tiempo que se escriben estas líneas) .

La metrología, por sí misma, no explica ningún hecho histórico y menos cuando no es convenientemente contrastada con datos arqueológicos o historiográficos. Es suficiente ojear una publicación de metrología agraria para darnos cuenta de que frecuentemente las medidas de superficies agrarias se repiten y coinciden entre culturas distantes, en el tiempo y en el espacio, debido al condicionante técnico que las generan. Una yunta de bueyes puede arar aproximadamente una longitud de 35 metros sin fatigarse. En consecuencia, esa cifra y otras próximas se repetirán a lo largo de la Historia en culturas distantes mientras las condiciones técnicas de partida no cambien o los bueyes, tras laboriosos ejercicios gimnásticos, consigan adiestrar sus músculos y aumenten la capacidad física con la que nacieron.

A esta cifra de 35 m no eran ajenos los romanos, aunque para ellos, eran 120 pies (de 29 cm. de longitud cada uno); pero este hecho no impide que también fuera la dimensión de la unidad agraria elemental del Ampurdán en época medieval, por no citar más que dos ejemplos de fechas distintas. También es conocido el caso de un autor que encontró un parcelario romano en la cuenca del Sena porque identificó un parcelario fuertemente regular (lo cual es un hecho irrefutable) cortado en líneas perpendiculares y cuyas dimensiones principales coincidían con una métrica romana. Podemos concluir que la argumentación metrológica debe de ir fuertemente sustentada por un conocimiento exhaustivo de la metrología local a lo largo de la historia de la región de estudio; evitando de esta manera confundir sistemas agrarios dispares en su ejecución pero coincidentes en sus cifras. Sin olvidar que la coincidencia es debida a nuestra traducción al sistema métrico decimal vigente, pues para un romano, nuestros 35 metros no eran sino un actus de 120 pedes, mientras que, para un gerundense de la Edad media, la quartera tenía 35 canas de lado.


Mayor ignorancia muestran los estudiosos, de los que desconocemos su nombre, cuando intentan comparar el parcelario de Castellón con el que los romanos ponían en práctica. La milla romana es una medida de longitud, pero nunca lo fue de superficie agraria; del mismo modo que nosotros medimos la distancia entre Alicante y Valencia en kilómetros, y la superficie de un campo de fútbol en hectáreas, y no al revés. La centuria es una superficie de 710 x710 metros, fruto de la conversión del actus quadratus (35x35 m) en su múltiplo: el heredium (2x2 actus quadratus): unidad mínima agraria de transmisión hereditaria entre los romanos que, repetida 100 veces (10x10), da lugar a la estructura intermedia que es la centuria, y la práctica de esta parcelación es conocida como centuriación. Sistema agrario que, no siendo el único, sí el más conocido y practicado por los romanos en su expansión imperial por la cuenca del Mediterráneo. Pero de entre todas las restantes formas de parcelar que practicaron: estrigaciones, escamnaciones, o centuriaciones de distinto módulo (1420x710 m en Mérida), no conocemos ni una sola estructura agraria romana de 700 m subdivididos en espacios cuadrados de 350 m y tampoco la conocían los propios agrimensores romanos que escribieron sus propios manuales de formación compilados en el Corpus Agrimensorum Romanorum.

El sistema agrario descrito y descubierto en Castellón responde a grandes bandas de 700 m subdivididas en otras de 350 m. compartimentadas en otras más estrechas que tienen como base métrica la unidad de 35 m, fenómeno de coincidencia métrica histórica que ya condujo a error a quienes se sintieron atraídos por la imagen aérea que produce la visión del espléndido parcelario detectado en la zona comprendida entre Castellón, Vila-real, Nules… Se ha escrito tanto sobre la problemática de las centuriaciones que nos cuesta creer que los estudiosos no han reparado en ello. Pero aún nos cuesta más creer que desconocen los dos artículos consagrados a los parcelarios de la zona, publicados en los años 70 y 80 por A. López Gómez y A. Bazzana, que en su momento también creyeron que eran centuriaciones romanas.


A esta cita no podía faltar la toponímia como argumento contundente, y cada 500 pasos vemos desfilar topónimos de evidente raíz local: Lairon, Borriolenc, La Salera o el Fadrell (sic); el catastro de Castellón se llama Llibre de les Quadrelles, lo que para los estudiosos es una prueba de origen romano (¿?), sin querer entrar en detalle sobre las haciendas romanas con un poblado (¿son haciendas o poblados?) con iglesia (¿?) y acequias mayores en funciones de ríos fundacionales, como si los antiguos no supieran qué es una acequia y qué un río, por pequeños que éstos sean en nuestras latitudes.
Llegado este momento quisiéramos recordar al lector algunas consideraciones históricas:
1.- Castellón es una fundación medieval de Jaime I (siglo XIII).
2.- La toponímia argumentada es vernácula.
3.- La metrología y acondicionamiento formal agrario de la zona no es romano.
¿No estaremos en presencia de un parcelario medieval en torno a una zona donde las fundaciones cristianas medievales son abundantes? Por una simple razón de economía interpretativa y porque los parcelarios medievales existen e incluso se conocen los agrimensores medievales como Bertrand Boysset de finales del siglo XVI cuyo manuscrito teórico se encuentra en la Biblioteca Municipal de Carpentras. ¿Por qué buscar longevos y remotos antecedentes si Castellón y otras ciudades del entorno tienen unos rasgos históricos definidos y precisos que las hacen dignas de ejemplos de los manuales universitarios de la forma urbana y del urbanismo medieval? Si todos los argumentos conducen inequívocamente a una cronología medieval, ¿por qué unos fragmentos de cerámica tienen que cambiar lo evidente? Y ello sin menoscabo de que en el subsuelo del solar de Castellón de la Plana hubiera un establecimiento agrícola que precediera a la ciudad en once o doce siglos y que ahora unos estudiosos han exhumado, convirtiendo la fundación de Jaime I en fundación romana; los campos en millas y los metros cuadrados en longitudes…

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